Capítulo 2: Paciencia, virtud de la pobreza

2157 Words
Puede que si fuese una mujer común y corriente con una profesión de oficina estándar, hubiese tenido tiempo para llorar la ruptura de mi relación. Pero yo no tenía más tiempo para llorar que el breve trayecto en taxi del motel a mi hogar. Llegué a mi pequeño departamento tipo estudio a las 2 AM, tuve que tomar una manzanilla bien caliente, acostarme en la cama y abrir los ojos a las 4 AM. A las 4 AM como todos los días de mi vida, comenzaba mi trabajo. El reloj de la alarma me despertó y mi cuerpo actuó por costumbre como siempre lo había hecho esta mitad de década. Me paro de la cama; apago la alarma; voy a la cocina a hacer mis 400 ml de café; me ducho con agua bien fría; cepillo mis dientes; me visto con la ropa planchada que suelo dejar la noche anterior lista; me peino; tomo mi maletín y cartera (también arreglada con previsión antes de mi partida al motel) y lleno mi termo de café. Mi celular suena. Es el señor Julio quien está fuera, como siempre a las 4:45 AM. Me coloco mis tenis y salgo con mi maletín, cartera y el termo en mano. La mañana está muy oscura todavía, el frio es notable pero mi pantalón y camisa larga blancos me protegen. Vivo en el primer piso por lo que solo debo salir de mi departamento, y abrir la puerta a la calle del edificio. El Mercedes Benz me está esperando e ingreso en el asiento copiloto, cierro la puerta. Allí está el señor Julio, el chofer del cuervo. Él me iba a buscar todos los días para llevarme a la casa del susodicho, porque sí, mi trabajo no se limitaba a la oficina, sino que era mucho más que la de una asistente personal. Yo era una especie de todo uso. Todo uso profesional por favor, eso de que no tenía nada romántico o s****l con mi jefe era real al 100%. ─ Buenos días Julio ¿preparado para otra dosis de cafeína? – comento a Julio. ─ Algo me dice que tú la necesitarás más que yo, pero el café nunca es negado por la gente que se para a las 3:00 AM, Elle – me responde extendiendo su propia taza de café para el auto, que procedo a llenar con mi termo. ─ Nada que un kilo de base no oculte Julio – finalizo con su taza y lleno la de mi termo para beber. Él me imita y arranca. En lo que me coloco el cinturón de seguridad, finalizo mi taza y hablamos de su nieto que no para de crecer, ya llegamos a nuestro destino. Son las 5:10 AM. La casa o mejor dicho mansión de nuestro amado y venerado jefe, Aidan Bryrne, alias el cuervo, era la clase de vivienda por la cual muchos matarían. Y que estaba fuera de la realidad de los clase media y hasta muchos adinerados, me atrevería a decir. Era una mansión moderna en el corazón de la ciudad, digna de las personas que le deben vender el alma al diablo con pactos de sangre. Tenía 10 dormitorios, 13 baños, 2 cocinas, un cine propio con 20 puestos, 2 piscinas, un gimnasio, y sabrá nuestro creador cuántos artilugios más. Lo más ridículo y que no llegaré a comprender es que el cuervo vivía solo, bueno, solo no exactamente, con 3 empleados fijos a su disposición. Estaba el señor Julio que era el chofer; el señor Jacinto que era su cocinero; y el señor Ramón que era su mayordomo. Como es evidente, una casa de 10 habitaciones no se mantiene con tres empleados, había muchos otros más como personal de limpieza, jardineros, guardias de seguridad, etc. Pero ellos iban y venían. Solo Julio, Jacinto y Ramón habían logrado conservar sus puestos, los tres tenían alrededor de 50 años por lo que el cuervo necesitaba eso de buscarles relevo a los tres. Merecían un retiro digno. Aunque con lo desconfiado que era ese hombre, dudaba que los dejase escapar. Trabajar para Aidan Bryrne era como trabajar en un culto. No bromeo, en serio. En fin, entro a la cocina de servicio de la humilde morada atravesando sus puertas de dos metros de altura, y con mis pasos retumbando en el gran espacio. En donde el aroma a un delicioso desayuno me espera por parte de Jacinto. ─ Querida Elle qué bueno que has llegado de blanco, necesitaba algo para aclarar mi aura esta mañana oscura y tenebrosa – me recitaba cantando Jacinto al servirme un delicioso plato con huevos fritos, salchichas y tostadas. Lo amo. ─ Qué bueno que has sacado la carta de las salchichas, tú has alegrado mi mañana – le respondo en una sonrisa, sentándome en un taburete de la isla y dejando mi cartera y maletín al lado en otra silla. ─ Buenos días Elle, la correspondencia del señor Bryrne – me saluda Ramón depositando a mi lado una pila de sobres. ─ Buenos días – le contesto. ─ ¿Podrías dejar a la pobre comer en paz Ramón? – reclama de buen humor Jacinto sirviendo el desayuno a Ramón que también se sienta en la isla. ─ Lo hago por el bien de todos, el señor Bryrne ha estado de mal humor últimamente – responde Ramón. ─ ¿Solo últimamente Ramón? ¿Seguro? – menciono comiendo. Los tres nos reímos y cada quien va a lo suyo. Lo mío es terminar de comer, lavar mis manos, secarlas y revisar la correspondencia del cuervo. Debo resumir en unas cuantas líneas lo que sea relevante para él, y del resto comunicárselo a los departamentos que le incumban. Para las 6:00 AM he finalizado, por lo que procedo sacar de mi cartera mis cosméticos y maquillarme. Julio tenía razón, mis ojeras son descomunales pero ¿cómo no serlo con dos horas de sueño y la ruptura con un hombre bueno? Miro hacia arriba y contengo las lágrimas, no puedo llorar aunque ya esté sola en la cocina. Procedo a maquillarme, tomar mi cabello rubio oscuro mediano en una cola baja con un lazo, y cambiar mis tenis por tacones. Tacones que iban en mi cartera. Para las 6:15 AM estoy lista para iniciar la parte más tortuosa del día. La entrada al nido del cuervo. Esto era así, yo debía ir a la habitación de mi jefe, esperar a que el reloj marque las 6:30 AM exactamente, tocar su puerta y ayudarle a vestirle. No estoy de joda, tenía que ayudar a hacer el nudo de la corbata y peinarlo, todo en uno había dicho que era. Por este motivo respiro hondo y me detengo en la puerta de entrada de la habitación, son las 6:20 AM ya, lo cual confirmo en mi reloj de muñeca. Ni loca soporto 10 minutos más de mi vida viendo a esa criatura, por lo que esperaré mejor los 10 minutos antes de tocar aquí fuera. 10 minutos. Si yo hubiese esperado 10 minutos más ¿José hubiese terminado de hacerme el amor y yo no habría tenido que tomar el celular? ¿Por qué 10 minutos parecían una eternidad en estos momentos y tan poco en otros? Extrañaría con todo mi corazón a José. Él era cariñoso, entendía los sacrificios que había hecho por el bienestar de mi familia pero sobre todo, me divertía con él. Recuerdo cuando nos conocimos, que fue en la universidad de mi hermano Michel. Él era profesor suplente, yo tuve que ir a realizar pagos, salimos y establecimos una relación. José me dijo que me amaba hace unas semanas, y lo más doloroso de todo esto, es que yo no pude llegar a corresponderle. Porque siempre estaba muy ocupada trabajando, no le preste la atención necesaria, no le di lo necesario y me llenaba de remordimiento. Una lágrima se me resbala pero la seco evitando que dañe mi maquillaje. Ya se hizo la hora. Toco la puerta dos veces. No oigo nada. Es una señal de que entre, sí, la señal de que no entre es cuando oigo algo, no al contrario. Y ni he tocado el suelo de la habitación cuando escucho su voz. ─ ¿Deseas que vayamos a pasear por la playa o te prepare el desayuno Fernández? – me dice el mismísimo Aidan Bryrne que ya está vestido casi por completo en su traje n***o. Le falta la chaqueta, la corbata y el peinado. Se está abotonando una manga. Respeto mucho el medio ambiente Aidan, no me atrevería a llevar a una basura como tú a la playa. Me gustan las criaturas marinas y sus ecosistemas. ─ Buenos días señor Bryrne. Lamento la demora – me disculpo en una humilde sonrisa que disfraza mis oscuras intenciones. La invitación a la playa y la comida es sarcasmo porque son las 6:35 AM… maldito psicópata. ─ Todavía no comprendo por qué si llegas a mi puerta a las 6:20 AM, no entras de una sola vez – él sigue con la otra manga. ─ El horario indica las 6:30 señor, sigo las indicaciones planteadas por usted – vuelvo a sonreír. ─ Ni siquiera las cumples, entraste a las 6:35 AM – me dice con molestia atacando su manga que no puede abotonar por alguna razón. Es cuando me mira todavía en la puerta sin entrar – ¿piensas quedarte parada allí todo el día? Ve a buscar la corbata. ─ Sí señor. Contesto con mi máscara imperturbable de asistente dócil paz y amor. Es la mejor opción de lidiar con el cuervo. Quizás muchos estarán en desacuerdo con mi actitud pero me ha conservado a su lado por cinco años gracias a ella. Un hombre que acostumbra a explotar por su fuerte temperamento una vez por hora, y que no conserva personal privado a excepción de Julio, Jacinto y Ramón porque han estado allí desde que era casi un niño. En el armario, que es del tamaño de mi departamento, busco con facilidad una de las tantas corbatas que tiene. No es una tarea difícil, está vestido de n***o como los 360 días al año que acostumbra, por lo que tomo una de color azul oscuro. Salgo a su encuentro y ya me está esperando para que se la coloque. La envuelvo en su cuello y me concentro en realizar el nudo. La acción de colocar una corbata a un hombre puede ser muy íntima, pero mi truco es no alzar la mirada nunca. Mi jefe mide 10 centímetros más que yo, por lo que no es difícil. ─ ¿Por qué azul? – me cuestiona con aburrimiento. No es una muestra de interés. Es una pregunta para sacarme pelea, ese tonito me lo conozco muy bien. ─ Porque me recuerda a sus ojos jefe – sonrió y le veo a los ojos aun con mis manos en su corbata. Aidan podrá ser un esclavista en pleno siglo XXI pero algo que es inevitable apreciar es su belleza. No solo su porte, sino su rostro perfectamente esculpido, esa nariz bien pronunciada, esos labios carnosos y sus ojos. Sus ojos son de un azul profundo y lo que los hacen tan particulares es su heterocromía iridis. Su ojo derecho es azul pero el izquierdo es parcialmente marrón. Junto con su cabello n***o brilloso son un espectáculo a la vista, pero ¿de qué sirve eso si es solo un empaque bonito? En realidad los odio, odio sus feos ojos manchados. ─ Odias mis ojos, siempre lo has hecho pero pago tu sueldo y no te atreves a decir lo que realmente piensas – me contesta en una sonrisa mala. Y sentándose frente al espejo en una silla para que lo peine. ─ ¿Cómo podría decir lo que realmente pienso en mi posición de todas formas señor? – le replico tomando un peine y comenzando a hacerlo. ─ Te daré un minuto de inmunidad, para que me puedas decir todo lo que acontece en tu cabeza – me mira por el espejo. ─ ¿Qué me garantiza que no es una treta señor? – yo finalizo el peinado rápido, y busco la chaqueta que está en la cama y ayudo a que se la coloque, con este ya de pie. ─ Soy un hombre de palabra. Lo sabes bien. Adelante. Con que esas tenemos. Asumo entonces todo el coraje que tengo al finalizar con la chaqueta. Le observo con meditación y nervios. ─ Por mi cabeza acontece… Maldito, desgraciado, te odio, te detesto. ─ El más grande de los amores no correspondidos señor – menciono con una sonrisa risueña. Que él contesta con una mueca de odio contenido sonriente. ─ Mujer astuta. Se marcha de la habitación entonces y me deja haciendo una mímica de cómo mis manos se encerrarían alrededor de su cuello si mi estatus económico no me lo impidiera. Ni las leyes penales contra los homicidios.
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