Si no fuese capaz de contabilizar el tiempo, podría pretender que no regresé al país que me vio nacer después de transcurridos cinco largos años. Me parecía una situación irrealista y poco creíble. Y todavía mi cabeza no procesaba que hubiese pasado media década lejos. Mi hermana Carol seguía tan vivaracha e imprudente como siempre, en su eterno último año de educación universitaria y sacando canas verdes al que ya consideraba un mártir católico en toda regla: Nick. El señor te bendiga Nick, qué bueno que no logré espantarte. Incluso ambos seguían viviendo en la casa de papá y mamá, cuya decoración, seguía siendo la misma. Mientras que el único cuerdo de nuestra familia, es decir, mi hermano Michel, seguía igual de aplicado y trabajador. Diría que los años lo hicieron más centrado y apa

