Si un miedo era compartido por muchos, sin importar sus edades o intereses, era el de las muñecas. Constantemente escuchaba sobre hombres mayores que quería tirar a la basura la colección de sus hijas menores, o más jóvenes que charlaban de la última película de terror basada en estas de alguna forma.
Yo no lo entendía. Si me preguntasen en cambio, creía que las muñecas eran los juguetes perfectos. Sacando todos esos miedos impresos por la cultura popular, las muñecas eran objetos inanimados bastante convenientes. No solían hacer sonidos estrambóticos o generar otras molestias. Donde las colocases, allí permanecerían. No fallarían en su misión de entretener.
Hasta que el tiempo me hizo darme cuenta de que los humanos también podían parecerse a muñecas sin vida. Me había ocurrido cuando p
