Que era un mal jefe, que era un amargado, que era un déspota, que era un narcisista, que era un maldito, todas esas cosas las había llegado a escuchar en mi carrera en Bryrne Holdings. No me sorprendían, no me lastimaban. Mis empleados podrían decir todas esas atrocidades para ocultar su incompetencia, pero una clase de insulto me di cuenta que sí me lastimaba con profundidad.
El “secreto a voces” que rondó desde el primer hasta el último piso de la compañía, que yo había mandado a desaparecer a Elle Fernández. A algunos los escuché decir que fue para encubrir la violencia doméstica, otros porque sabía demasiado de los Bryrne.
Cualquier pensaría que era una mala idea hablar de esa clase de cosas en horarios laborales, pero los rumores eran tan fuertes, y era un tema tan candente que la
