**ALONDRA** Alexander lo vio, sin decir nada. Solo sonrió, como si entendiera el valor de ese pequeño símbolo. Se acercó a la anciana que vendía las joyas, le habló en un inglés pausado y respetuoso, y regresó con el brazalete en una pequeña caja de madera tallada a mano. —Para ti —dijo, entregándomelo con cuidado. —Pero no es… —Cállate —me interrumpió, con esa autoridad que me desarma y me encanta a la vez—. Es una recompensa. Y te la mereces. Tomé la caja, la abrí con delicadeza y el brazalete descansaba sobre una cama de terciopelo. Lo saqué con cuidado, sintiendo el frío y el peso de la pieza, una sensación que me conectaba con la tierra, con su energía ancestral. —Gracias —susurré, y esta vez mi voz fue la que no supo qué más añadir. Era como si ese pequeño regalo hubiera enc

