**ALONDRA** El sonido de la campana del campus resonó por todo Stanford, ese sonido que significaba que el tiempo de diversión había terminado y que era momento de fingir que éramos estudiantes responsables. Era momento de entrar a clases, y pude ver cómo la multitud de estudiantes comenzó a moverse como un río humano hacia los edificios académicos. Alexander, que había estado observando todo este intercambio como si fuera un partido de tenis particularmente interesante, de repente mostró esa media sonrisa que me encantaba y que siempre me hacía sentir como si supiera algo que yo no. Era esa sonrisa que decía “tengo planes para ti” sin pronunciar una sola palabra. Asintió hacia Biby de manera educada, como el caballero perfecto que siempre fingía ser en público. Pero luego, como si fuer

