**ALEXANDER** Nunca pensé que el regreso a Estados Unidos con Alondra se sentiría tan distinto. Habíamos compartido tantos silencios en China, tantos paseos entre mercados y templos, que el aeropuerto se volvió casi un ritual de despedida. Pero esta vez no era una despedida del todo. Era un regreso, sí, pero también una transición. —¿Crees que va a entender mi mamá por qué compré tres tipos diferentes de té? —me preguntó Alondra mientras revisaba su equipaje de mano por tercera vez. Sus manos temblaban ligeramente, no por nervios, sino por la emoción contenida de quien regresa con tesoros. —Tu madre entenderá que trajiste pedazos de felicidad, —le respondí, observando cómo acomodaba cada paquete con el cuidado de quien maneja cristal antiguo. Alondra venía cargada. No solo con malet

