** ALEXANDER**
El trayecto de regreso al apartamento se sintió extrañamente corto, como cuando terminas una buena película y no quieres que acaben los créditos. El aire frío del auto era un bálsamo para la tensión del día, pero mi mente seguía atascada en el calor de esa mejilla donde mis labios casi rozaron su piel. En la audacia de esa mirada. En las “locuras” de Alondra, como ella misma, las llamaba con esa risa suya que sonaba a campanas.
Una sonrisa idiota se me dibujó en la boca al recordar su descaro, esa habilidad casi sobrenatural que tenía para hacerme olvidar el protocolo y todas esas reglas absurdas que me había impuesto. Esa chica era un huracán de imprevisibilidad vestido de estudiante universitaria, y por alguna razón que no lograba descifrar, me gustaba. Me gustaba muc
