**ALONDRA**
Cuatro días que parecieron años, vidas enteras en cámara lenta dentro de pasillos con olor a promesas médicas y miedo. Cuatro días de vigilias, café amargo y susurros cómplices con enfermeras convertidas en familia.
Pero por fin, por fin, mi madre estaba lista para volver a casa. La vi vestirse con esa delicadeza de quien aún no confía completamente en su cuerpo, abotonándose la blusa con dedos que temblaban apenas, como si cada movimiento fuera un pequeño milagro que había que celebrar en silencio. Tenía esa palidez de hospital, esa fragilidad de papel de china, pero en sus ojos había algo que no había visto en semanas: esperanza real, tangible, del tipo que se puede tocar.
—¿Segura que te sientes bien para irte? —le pregunté por décima vez mientras empacaba sus cosas en la
