**ALEXANDER** Ella torpemente enrollo sus manos en mi cuello. —¡Alexander! Te quiero. —gritó de repente. —Realmente te hace daño el vino. Ella se levantó con dificultad, con un movimiento torpe que evidenciaba su falta de equilibrio. Antes de que sus piernas pudieran fallarle y acabaran en el suelo, reaccioné rápidamente y la sujeté con firmeza. Sus ojos, llenos de una chispa traviesa, se clavaron en los míos, mirándome fijamente como si estuviera maquinando alguna travesura, alguna idea oculta que solo ella conocía. De repente, tomó mis mejillas entre sus manos, acercándome a su rostro con la clara intención de besarme. Aunque una parte de mí deseaba oponer resistencia, detener ese impulso repentino, terminé cediendo a la tentación, dejándome llevar por la corriente de sus accio

