**ALEXANDER**
Mi hermana y mi sobrina Biby estaban acurrucados en el sofá grande de la sala, compartiendo una manta y mirando alguna película de Disney que ya habían visto mil veces, pero que seguía provocándoles risas. La escena era tan perfectamente doméstica, tan genuinamente feliz, que por un segundo me sentí como un intruso.
La sorpresa en sus rostros cuando me vieron fue palpable, como si hubiera aparecido un fantasma en su sala.
—¡Alexander! —exclamó mi hermana, levantándose del sofá tan rápido que derramó un poco de su taza de chocolate caliente—. ¡Hermano! ¿Regresaste de China?
Su voz tenía esa mezcla perfecta de alegría y asombro que solo los hermanos mayores pueden manejar. Me miró de arriba a abajo, como si estuviera verificando que realmente era yo y no una alucinación.
