**ALEXANDER** La escuché una vez. Dos veces. Tres veces. Me dejé envolver completamente en la emoción de su voz, en la felicidad que irradiaba cada una de sus palabras como pequeños soles. Su risa al final del mensaje, esa risa que conocía tan bien, sonaba como una melodía que le había faltado a mi mundo durante demasiado tiempo. Su voz era música. Su alegría era luz. Y yo, por primera vez en semanas, me sentí completo nuevamente. París seguía brillando a mis pies, pero ahora tenía sentido. Porque ella estaba de vuelta en mi vida, aunque fuera a través de ondas digitales que cruzaban océanos para llegar hasta mí. Y eso era suficiente. Por ahora, eso era más que suficiente. —¿Por qué tan distante? —preguntó Victoria, cruzando los brazos con esa elegancia afilada que había perfeccion

