Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Nicolás Del Monte respondía bien a los tratamientos. Había vuelto poco a poco a la vida, como si el alma se le hubiese quedado flotando un rato entre el mundo y el más allá, hasta que algo —o alguien— lo trajo de vuelta. Quizá fue Camila. Quizá fue Isabella. O quizá fue su inquebrantable voluntad de vivir. Renata, por su parte, enfrentaba las consecuencias de sus actos. Había sido arrestada por el intento de homicidio de Nicolás, de Alberto Del Monte y de Dante Cervi. El juicio fue rápido: las pruebas eran contundentes, y su rostro, antes altivo, se desdibujó bajo el peso de la justicia. Dante Cervi, por su parte, buscó un acercamiento más íntimo con Isabella. Un día la citó en una de sus oficinas. Ella fue, por respeto y por c

