El frío comenzaba a colarse entre sus cuerpos empapados, y la lluvia no cedía. Aún con la respiración entrecortada, Isabella sostuvo a Camila contra sí, cubriéndola con sus brazos mientras sus labios rozaban su frente.
—Vamos dentro… o vamos a terminar con una pulmonía romántica —bromeó con una sonrisa cálida.
Camila soltó una risa suave, aún un poco mareada de placer.
—Solo si prometes que la ducha será contigo…
—¿Acaso pensabas que te iba a dejar sola después de lo que acabamos de hacer? —murmuró Isabella, tomándola de la mano—. No. Ahora me toca cuidarte… y ensuciarte un poco más también.
Camila la miró con picardía y dejó que la guiara de regreso a la mansión, corriendo entre los charcos y las piedras mojadas del jardín como dos adolescentes escapando del mundo. Subieron las escal
