La noche había caído sobre el barrio como un manto de humedad. Camila estaba tirada en el viejo sofá del salón, con una toalla enredada en el cabello y las piernas colgando por el brazo del mueble. Tenía la camiseta de siempre, floja, con un pequeño agujero cerca del hombro. A su lado, en la cocina, su abuela canturreaba mientras lavaba los últimos platos de la cena, y su hermano menor estaba encerrado en su cuarto jugando con los auriculares puestos. Después del día que había tenido, Camila solo quería cerrar los ojos. Emergencias, gritos, tensión… y Paula. Suspiró. El móvil vibró sobre su pecho. Lo tomó sin mirar, y al ver el nombre en pantalla, una sonrisa real —de esas que nacen solas— le iluminó el rostro. Isabella del Monte 💬 Llamando… Respondió de inmediato. —Hola, señorita el

