La luz del despacho de Renata Del Monte era tenue, filtrada apenas por las persianas cerradas. El ambiente olía a madera vieja, perfume caro y secretos. Sentada tras su enorme escritorio de caoba, Renata mantenía el rostro serio mientras pasaba los dedos por el borde de su copa de vino, sin beber.
—¿Y bien? —preguntó con frialdad, alzando la vista hacia el hombre de traje oscuro frente a ella—. ¿Qué averiguó sobre la tal Camila Ríos?
El investigador privado, un hombre de unos cincuenta, con bigote delgado y expresión dura, sacó una carpeta de su maletín. La abrió con precisión meticulosa.
—Camila Ríos. Veinticuatro años. Médico residente en el Hospital Central. Viene de una familia de bajos recursos. Vive en el barrio de San Gabriel con su abuela, la señora Cleotilde de Fernández, y su
