La lluvia caía suave sobre la ciudad, tiñendo los ventanales del despacho de Renata Del Monte con un velo grisáceo. Sentada en su sillón de cuero, con una copa de vino tinto entre los dedos, observaba el horizonte con una serenidad engañosa. La música clásica sonaba de fondo, pero no lograba apagar el zumbido de la rabia que le recorría las venas desde su último enfrentamiento con Alberto. Un timbre discreto interrumpió su momento. —Adelante —dijo sin mirar. La puerta se abrió y un hombre de traje oscuro, rostro anguloso y expresión neutral entró con paso firme. Era uno de sus contactos más antiguos, y cuando él aparecía, no traía chismes… traía armas. —Señora Del Monte —dijo con tono respetuoso—. Tengo información que puede interesarle. Muy valiosa. Renata giró el rostro con curiosid

