Camila entró a su oficina cerrando la puerta con fuerza. Se quitó el estetoscopio del cuello con un manotazo furioso, lo dejó sobre el escritorio y se dejó caer en la silla, respirando agitada. Su mandíbula apretada, sus ojos rojos de rabia contenida. La imagen de Isabella mintiéndole con esa frialdad le quemaba por dentro. “No estoy con nadie”… y luego ese “yo sí” como una daga directa al pecho. —¡Mentira! —exclamó en voz baja, apretando los puños. La puerta se entreabrió sin tocar. —¿Camila? Daniela, su compañera rubia, asomó la cabeza con precaución. Al verla tan alterada, entró de inmediato. —Ey… ¿qué pasó? Camila alzó la mirada, quebrada. —¿Nunca te ha pasado que quieres odiar a alguien pero no puedes? Que lo intentas con todas tus fuerzas, pero sigues sintiendo amor… aunque

