Camila hojeaba la historia clínica de un paciente cuando escuchó pasos rápidos acercarse a su consultorio. La puerta se abrió, y por un instante, se le cortó el aliento. Isabella. Con su abrigo elegante y el cabello recogido en una coleta baja, con el rostro serio pero la mirada cargada de emociones. —¿Podemos hablar? —preguntó en voz baja. Camila dudó unos segundos. Luego asintió y le indicó con la mano que pasara. El silencio era incómodo. Ambas sabían que no podían volver atrás, pero el vínculo aún ardía bajo la piel. —Solo quería decirte —comenzó Isabella, sin rodeos— que… me duele todo esto, más de lo que puedo poner en palabras. Pero… somos hermanas. No podemos evitarnos para siempre. Camila bajó la mirada. —Lo sé. —Y aunque no podamos seguir como antes… quiero que sepas que

