La tarjeta magnética hizo el típico sonido suave al liberar la cerradura. Camila entró despacio, quitándose los tacones con una mano, el bolso colgando del otro brazo. Se notaba cansada, pero no agobiada. Había sido una buena noche, tranquila. Y sin embargo… su corazón palpitaba distinto al ver la luz tenue que salía del balcón. Cerró la puerta con suavidad. Allí, sentada en una tumbona de mimbre, con una copa de vino en la mano y el cabello suelto agitándose con la brisa madrileña, estaba Isabella. No dijo nada. Solo la observó entrar, con esa expresión serena que ocultaba mil emociones. —¿No podías dormir? —preguntó Camila, dejando el bolso sobre la mesa. —No quería dormir —respondió Isabella—. Quería esperar a que volvieras. Camila se quedó en silencio unos segundos. —¿Te importa

