El restaurante era elegante y discreto. Carmen había hecho una reserva en una sala privada, lejos del bullicio, con una iluminación tenue y música suave que apenas se percibía. Isabella se sentó con gesto ausente, mirando la copa de vino que la camarera acababa de dejar frente a ella. Carmen, del otro lado de la mesa, la observaba con una mezcla de preocupación… y algo más. —Isabella, cariño… —dijo con tono maternal, pero con ese matiz seductor que siempre flotaba en sus palabras—. ¿Qué fue exactamente lo que pasó? Isabella levantó la mirada. Sus ojos estaban hinchados, y aunque su maquillaje seguía intacto, la tristeza se le notaba hasta en la forma de respirar. —Todo fue tan rápido, tan… intenso —empezó, con voz ronca—. Me enamoré de ella, Carmen. Me enamoré como nunca. De una chica

