La mansión Del Monte estaba más tranquila que de costumbre, aunque los empleados iban y venían preparando los detalles del regreso de Alberto tras su hospitalización. Las paredes, acostumbradas al lujo y al orden, ahora albergaban emociones contenidas y tensiones invisibles. Isabella caminaba por el vestíbulo con una bandeja de frutas y una sonrisa, seguida por Renata, que intentaba mantener la compostura. Alberto, aunque dado de alta, aún se movía con lentitud y un dejo de tristeza en los ojos. —Bueno, esto merece un brindis —dijo Isabella, dejando la bandeja sobre la mesa del salón—. Nada de champaña, pero sí jugo de naranja recién exprimido. Salud por tu recuperación, papá. —Salud —dijo Alberto, con una sonrisa cansada. Renata asintió sin entusiasmo y alzó su copa de cristal con el

