Regreso al palco con el corazón, latiéndome más fuerte de lo que debería. Las luces siguen tenues, las conversaciones en voz baja se entrelazan como murmullo elegante, y yo aún siento en el pecho la vibración de lo que escuché hace apenas unos minutos en el baño. Al entrar, los reconozco de inmediato, noto que Nicoló y los dos hombres ya no están solos. Frente a ellos, como dos piezas estratégicamente colocadas en el tablero, están dos mujeres. Una de ellas es morena, con rasgos marcados y expresión severa, labios delineados con una precisión quirúrgica. La otra, la que habla con ese tono indulgente y venenoso, es rubia y alta, vestida con un conjunto de seda color carmín que parece flotar a su alrededor como una segunda piel. Luce elegante. Y artificial. Sus uñas impecables, sus ojos del

