Va a decir algo más, con la boca ya abierta, cuando una de las chicas del servicio aparece en la puerta. Se detiene en seco al vernos. Nos estudia en silencio, con esa mirada que solo los empleados que han visto demasiado se permiten.
—Perdón… señora, el abogado del señor Nicoló desea verla. Está en el estudio.
Me sorprenden sus palabras y me hace tragar saliva. Franco me lanza una última mirada antes de girarse sin decir palabra y salir del ala privada. Y detrás la chica.
Cierro los ojos por un segundo. El aire parece más denso. Giro la cabeza hacia Nicoló, aún inmóvil y sumido en ese silencio lleno de cosas que no puedo descifrar. Me acerco a su cama y le acaricio suavemente el dorso de la mano. Tiene la piel tibia. No está frío, eso, al menos de alguna forma, es un consuelo.
—Vuelvo
