Franco se cruza de brazos. Su expresión se endurece y ya no hay calidez. Solo una frialdad clínica, una rabia mal contenida.
—Raven. Te casaste con ella hace poco más de un año. Nadie entendió por qué. Tú ni siquiera nos lo anunciaste. Lo supimos cuando llegaste con ella. Una mujer cualquiera, sin conexiones. Una don nadie.
Trago saliva con dificultad. La cabeza me zumba. Mi corazón golpea con más fuerza.
—No la… conozco.
—No, claro que no —responde Franco, apretando la mandíbula—. Porque convenientemente, desde tu accidente, ella ha hecho de todo para mantenerse cerca de ti. Tan cerca, que ahora es parte del consejo de Group Visconti. Tiene voto. Poder. Derechos legales.
Mis pulmones se contraen. El aire pesa más.
—¿Qué... quiere?
Franco baja la voz.
—No lo sé. Pero investigué y,
