Nada ha salido como imaginé mil veces. Lo comprobé cuando, tras más de un año de espera, finalmente lo vi abrir los ojos, me observó como si fuese una completa extraña.
No me reconoce. Es como si yo nunca hubiese existido para él.
Y ahora, caminando entre el eco hueco de mis propios pasos por el pasillo de mármol de la empresa, me siento una completa idiota. La estupidez se me ha adherido a la piel como un perfume barato. Me huele desde dentro, me arde en la garganta, me enrosca el estómago.
Soy una imbécil.
Una estúpida ingenua por pensar que con el despertar de Nicoló todo se iba a volver a su cauce. Que solo bastaba con que él abriera los ojos para que las piezas rotas se alinearan de nuevo. Pero no. Lo único que hizo al despertar ha sido borrarme. Arrancarme como si fuera una nota
