—Gracias por acompañarnos hoy —murmuró en voz baja, mirando mi plato—. Podías haber descansado. Y, aun así, estuviste ahí. —No podía simplemente hacerme el desentendido. La firmeza con la que lo dice me obliga a levantar la vista. Y entonces lo veo. Ese destello en sus ojos que no tiene nada que ver con la fatiga, ni con lo que implica su acción de hoy. Es un destello que me mira como si realmente me viera. Me quedo callada un instante. El corazón late con una cadencia extraña. Y repito en mi cabeza que no hay coqueteo, ni hay tensión s****l. Solo somos dos personas compartiendo una mesa después de un día difícil. Además, mi invitación a compartir los alimentos no tiene dicha intención y él tampoco está interesado. Punto. —¿Puedo preguntarte algo? —dice de repente, apoyando los codos

