El comunicador de bebés chisporrotea a nuestra derecha, y el gemido de Emilio traspasa la habitación como una aguja en una burbuja. Me separó de su boca con un jadeo, como si hubiera estado bajo el agua. Me pongo de pie de un salto, como impulsada por un resorte, respirando con dificultad. Siento los labios hinchados, el rostro caliente y el cuerpo tenso. Mis ojos buscan los de Nicoló. Y lo veo. Sus ojos ahora están más oscuros de lo normal. Tan oscuros y llenos de un deseo crudo que no trata de ocultar. No hay rastros del hombre sereno y medido de siempre. Solo el hombre. El que me ha besado con hambre y que aún me mira como si quisiera hacerlo de nuevo. —Debo ir con Emilio —susurró, mi voz un poco rota por la intensidad del momento. No lo miro mucho más. Si lo hago, sé que no seré cap

