Melanie se aferraba ahora a Bram. Sin darse cuenta, sus piernas se habían levantado y lo habían envuelto. Sus manos se aferraban a sus hombros, clavándose con fuerza mientras se apretaba contra él, saboreando el contacto de su cuerpo contra el suyo, deseándolo dentro, reacia a dejar que se retirara, ansiosa por poseerlo cuando él volviera a penetrarla. Su apasionada excitación la estaba volviendo loca y empezó a suplicarle, sin saber qué decía, pero deseando ese extra.
Bram estaba encantado de responder. Aceleró el ritmo una última vez, penetrando con gran esfuerzo y aún más efecto. Melanie casi tuvo convulsiones; el clímax la golpeó con tanta fuerza. Bram liberó su semen con alegría, disfrutando de su propio clímax.
Melanie se vestía lentamente, algo desconcertada por lo sucedido, cuando Heather entró apresuradamente en la habitación. Sin demora, echó a Bram de la habitación y empezó a hablar con Melanie.
-¿Satisfactorio?- preguntó. - No hace falta que respondas. Por tu cara, lo noto. Claro, verás que mejora con la práctica.-
-¿Mejor?-se preguntó Melanie. - ¿Sobreviviría si mejorara?-
Lo que necesitas es que te den algunos consejos para mejorar las cosas. No entraremos en detalles ahora porque probablemente estarás un poco dolorida. Lo que haremos es que vuelvas mañana y Bram y yo te daremos algunas lecciones. Puedo enseñarte algunas cosas que te ayudarán a volver loco a un hombre de frustración. Si lo presionas lo suficiente, acabará abalanzándose sobre ti y te arrebatará. Es muy divertido.
Melanie se sintió invadida por las palabras. No sabía cómo había aceptado volver la noche siguiente, pero lo hizo. Finalmente, se dirigió a casa. Bueno, se preguntó, ¿regreso mañana o no? ¿Qué querría enseñarle Heather? Hora de dormir, decidió. Lo decidiría mañana, cuando tuviera la mente despejada.
•°•°•°•°•
Ocurrió un viernes por la tarde. Por suerte, estaba en casa en ese momento. Beth y los niños estaban jugando en el patio trasero. Beth intentó agarrar algo hacia la derecha justo cuando su objetivo giraba hacia la izquierda. Beth se ajustó rápidamente, pisó una piedra, un mechón de hierba o incluso una sombra, y se le dobló el pie.
Cayó al suelo gritando. Un grito muy femenino, pero un grito al fin y al cabo. Por desgracia, fue un grito de dolor, no de sorpresa. Cuando salí, su tobillo ya estaba hinchado como un globo.
Después de una visita al médico, tuvimos un pequeño problema. Beth tenía que estar de pie un mínimo de cuarenta y ocho horas. Nada mal para ser fin de semana, ya que normalmente estaría en casa. Este fin de semana tuve varias citas que no podía posponer y a las que no podía asistir con los niños. Beth, como en todas las crisis domésticas, tenía la solución.
Ella conseguiría una niñera para que se quedara el fin de semana. Teníamos una habitación de invitados, así que no habría problemas. Casualmente, sabía que Dianne, una de nuestras niñeras más habituales, estaba ahorrando para un viaje al extranjero, así que probablemente aprovecharía la oportunidad de trabajar un fin de semana.
No me había fijado mucho en Dianne últimamente. Cuando nos cuidaba, solíamos cruzarnos en la puerta, ella llegaba y yo me iba, o algo así. Ahora estaba conmigo todo el tiempo y, vaya, ¡qué grande ha sido esa jovencita!
Si me pidieran que la describiera, habría dicho que era una adolescente, joven, guapa y que empezaba a florecer. La realidad hoy en día era que tenía diecinueve o incluso veinte años, muy guapa y se había convertido en una flor encantadora. Cuando llegó a la puerta con shorts ajustados y top, fue un caso de lujuria instantánea.
También era muy consciente de que tenía a mi esposa allí mismo en la cocina, así que ten cuidado, amigo. Sonreí y la invité a pasar. Ella me devolvió la sonrisa, entró y enseguida se estaba haciendo útil. Los niños la adoran y Beth se lleva muy bien con ella.
Pasó el fin de semana. Hice todas mis citas, Dianne cuidó de los niños y Beth descansó su tobillo. También me ponía increíblemente cachondo cada vez que veía a Dianne, pero no lo diré.
Al principio pensé que era mi imaginación. Ilusiones mías. Poco a poco me di cuenta de que Dianne en realidad intentaba coquetear conmigo. ¡Intencionando, caray! Estaba coqueteando y provocándome a propósito, y parecía disfrutarlo mucho. No había nada que señalar ni objetar, pero ambos sabíamos lo que estaba pasando. Yo, por supuesto, no correspondí. Bueno, descubrí que sus pechos eran increíblemente suaves, pero fue pura casualidad.
El domingo por la tarde terminé todas mis citas y estaba en casa, relajándome en el jardín con Beth y los niños, con Dianne haciendo la mayor parte del trabajo entreteniéndolos. Teníamos una piscina inflable y Dianne y los niños estaban jugando en ella. Dianne llevaba un traje de baño de una pieza. Quienes piensan que los bikinis son sexys obviamente nunca han visto a una jovencita bien dotada en un traje de baño de una pieza que, juraría, era al menos una talla más pequeño.
Fue entonces cuando tuvimos nuestro segundo accidente. Al salir de la piscina, Dianne se golpeó el dedo del pie y cayó de bruces, con bastante fuerza. Por suerte, en el césped, no en el camino de cemento. Salió ilesa, pero visiblemente conmocionada. Beth me dijo que la llevara adentro y la hiciera tumbarse un rato. Me encogí de hombros mentalmente y la acompañé a casa, volviendo rápidamente con Beth y los niños.
Beth me dio un saque enseguida. Podía cuidar a los niños unos minutos. Yo podría aprovechar mejor mi tiempo para asegurarme de que Dianne no se hiciera daño. Iría sola, pero su pie...
Entonces volví adentro para ver cómo sobrevivía Dianne.
Llamé a la puerta del dormitorio que le habíamos dado y abrí. No pude haber llegado en peor momento. O mejor, según se mire.
Al parecer, Dianne había decidido cambiarse el bañador y se lo había bajado. Estaba de pie, sacando el pie cuando abrí la puerta. Dio un pequeño grito, intentando girarse para ver quién había abierto la puerta y, al mismo tiempo, protegerse de miradas indiscretas.
Sus pies enredados la derribaron. Literalmente. Tropezó y cayó hacia atrás, y su pie se soltó del traje enredado mientras caía. Se desplomó sobre la cama, quedando tumbada boca arriba y totalmente desnuda, con su hermoso cuerpo expuesto a mis ojos.
Cerré la puerta pensativo. Detrás de mí.
Dianne yacía allí, mirándome fijamente. No podía descifrar qué sentía por su expresión. De verdad que no. Sospechaba que no tenía problemas similares conmigo.
No le quité los ojos de encima mientras me moví para pararme frente a ella y la miré.
-La verdad es que no tengo muchas opciones. - le dije. - ¿Entiendes?-
Ella asintió, sin decir palabra. Me bajé los pantalones, y Dianne también bajó la mirada, mientras que su expresión no cambió ni un ápice. Mi erección se erguía orgullosa, lista para la acción inmediata.
No me malinterpretes. No la obligué. Sabía que la deseaba y ni siquiera pareció considerar la posibilidad de rechazarme. Le toqué la parte interior de la rodilla con un dedo y presioné ligeramente, y sus piernas se separaron, dándome acceso a su piel tierna y privada.
Supongo que debería haberla acariciado y excitado lentamente, susurrándole dulces palabras de seducción. En ese momento, todo eso parecía insignificante. La deseaba y ella yacía frente a mí. Me incliné sobre ella, mi pene presionando suavemente sus labios, sintiendo cómo se abrían ante mí, aceptándome en ella.
Estaba mojada y lista para mí. Por alguna razón, esto no me sorprendió. Simplemente me pareció natural y apropiado. Empujé más profundo, sintiendo que su entrada cedía y se estiraba lentamente, haciéndome espacio para avanzar, pero cerrándose a mi alrededor al correrme.
Me incliné sobre ella, no solo penetrándola más profundamente, sino que me estiré sobre ella, cubriéndola, de modo que cuando estuve completamente dentro de ella, también estaba acostado sobre ella, sujetándola a la cama. Mi boca encontró la suya y la besé.
Por unos instantes me quedé allí, besándola, mientras mi polla la mantenía inmovilizada contra la cama. Ella me devolvía los besos con maestría y, cuando empecé a moverme al ritmo de la vida, la oí emitir un suave gemido y se movió conmigo, los dos unidos como uno solo.
Al principio me moví despacio, disfrutando de la sensación de su piel caliente rodeándome y aferrándose a mí mientras me movía; el lento roce de piel contra piel me enviaba deliciosas oleadas de calor. Deseando más, me moví más rápido y con más fuerza, exigiendo una respuesta suya.
Y recibí mi respuesta. Ella se acercó a mí, tomándome profundamente cada vez que bajaba. Mis manos se cerraron sobre sus pechos, disfrutando de su suave tersura, con ese extraño contraste de sus pezones duros rodando bajo mis palmas.
Me adentraba aún más, la excitación en aumento. Dianne se retorcía debajo de mí, corcoveando con fuerza. Sus piernas se habían cerrado a mi alrededor, intentando penetrarme aún más profundamente, mientras sus dedos me arañaban los hombros, sujetándome con fuerza.
La embestí, moviéndome cada vez más rápido. Necesitaba a esta mujer debajo de mí, tanto que no lo había sabido hasta que la penetré. Ahora le mostraba la profundidad de mi necesidad, saqueando su cuerpo sin piedad, mientras ella se rendía, dejándome, animándome, a hacer lo que quisiera.
Entonces se estaba volviendo insoportable para mí. Estaba preparado para el ataque y listo para disparar. Aguanté lo más que pude, impulsando a Dianne hacia su propio clímax, impulsándola sin piedad hacia él.
Entonces me fui. Había tanto que podía aguantar y entonces tuve que ceder. Dicho crudamente, simplemente le descargué el semen hasta el fondo. Con esa primera salpicadura, Dianne llegó al clímax. Me mordió, maldita sea. Sus dientes se clavaron en mi hombro mientras hundía la cara contra mí para ahogar sus gritos.
Dianne parecía estar a punto de desmayarse después, recostada en un estado de ensoñación. Me arreglé y la giré para que quedara bien tumbada en la cama. Cuando por fin me miró con lo que parecía ser inteligencia, hablé.
-Beth me ha mandado a ver cómo estás después de la caída. - le dije. - Diré que solo quieres relajarte un rato en la cama, ¿vale?-
Ella parecía divertida.
-Esa podría ser una idea. Tengo ganas de relajarme después de la caída- respondió, usando un acento completamente diferente al que yo había usado para la palabra - fall. -
Sonreí y la dejé, cerrando la puerta suavemente detrás de mí.