Trabajé de niñera para George y Myra Parkinson. Empezaron su familia bastante tarde, ambos con casi cuarenta años y sus dos hijos menores de cinco. Siempre me parecieron una pareja un poco despareja. George era un hombre imponente, corpulento y bullicioso, alguien que nunca conocía a nadie que le disgustara. Un caballero muy extrovertido. Myra, en cambio, era una rata. Buena con sus hijos y muy firme con ellos. George les permitía hacer lo que fuera, pero Myra no. Eso también me hacía gracia: el león manso frente al ratón severo con los niños.
Tenías que vigilar a George cuando estabas allí. No le importaba nada tocar a una niñera. A mí tampoco me importaba mucho, así que me aseguraba de que no me tocara a mí. En mi opinión, siguiendo con la analogía animal, Myra tenía que vigilarlo con l
