Cuando llegaron al centro de detención, caminaron juntos por los pasillos hasta la sala de visitas. Las puertas de metal resonaban a su paso, y cada eco parecía recordarle a María Elena la carga de ese encuentro. Anthony, a su lado, le transmitía una calma que ella agradecía silenciosamente. Finalmente, cuando la puerta se abrió, un hombre de rostro cansado y serio los miró desde la mesa. Era Luis Díaz, el hombre que había perdido años de su vida tras la condena que ella había defendido. María Elena sintió un nudo en el estómago, pero Anthony le dio un leve apretón en el hombro. —Vamos —le dijo en voz baja, dándole el impulso que necesitaba para dar el siguiente paso. Luis Díaz los observó con una mezcla de sorpresa y resentimiento. Sus ojos, marcados por el dolor y el tiempo, se clavar

