La historia de una guerrera: Tierras Vampíricas

Capitulo13

Capitulo13

Mientras me perdía en el mundo de las posibilidades pensando en lo útil que sería fabricar alguna especie de barco pequeño pero que fuera lo suficientemente grande como para llevarme de regreso sin problemas, el anciano se quedó explicándole al muchacho que había sido traído hasta la orilla por mí. No alcancé a oírlos bien, porque mientras me alejaba de ellos estaba demasiado compenetrada en mis pensamientos, dejando que mis manos hicieran lo suyo para preparar aquella deliciosa carne que nuevamente tenía la oportunidad de comer.

Volví la vista hacia ellos cuando prendí la fogata, sentándome en una rama que me daba una vista directa hacia aquel par de hombres. No se habían acercado ni un centímetro, pero tampoco se habían movido del lugar donde los vi la última vez, y eso que ya había puesto a cocinar al fuego la carne recién recolectada. La sola idea de compartir aquel aperitivo me irritó y no tardé en hacérselos saber con una mirada aguda, tan filosa como mi daga.

Cuando se dieron cuenta de que los descubrí mirándome, agarraron sus calzados y salieron casi a las corridas del lugar. Al menos estaría tranquila al momento de almorzar.

Ignoré a quienes se acercaban a mi ubicación, uno de ellos era el Almirante que se quedó absorto al ver la reacción de aquellos masculinos que se alejaban prácticamente volando, no se le distinguían los pies de lo rápido que eran sus pasos. Lo único que quería era paz, saborear aquella sabrosa carne a solas. Pero se empeñaban en arruinarme mi único momento de tranquilidad.

Kai venía acompañado de una mujer, un par de niñas y un niño, todos ellos muy pequeños.

— Lamento interrumpirte en éste momento, pero la médica vino a curar tus heridas. Fue la única en toda la isla que aceptó tratarte. — dijo, arrepintiéndose de inmediato por decir la segunda oración. Había sido innecesaria la información, y se lo hice saber de inmediato con una mirada llena de rabia. Aunque lo que realmente me molestaba era que estaban arruinándome el almuerzo con su simple presencia.

— Después de oír que fue gracias a ella que nuestro Capitán nos salvara, era lo menos que podía hacer. — dijo la mujer con la voz firme, pese a que su expresión demostraba todo lo contrario, como si esperase que reaccionara bruscamente para darle el derecho divino de salir corriendo tan pronto tuviera la oportunidad.

A diferencia de la doctora, los niños parecían más entretenidos en jugar con las olas huyendo de ellas cuando se les acercaban a la playa. El niño volvió corriendo, era el más pequeño de los tres y se quedó a la expectativa de la cocción de aquel bocado blanco sujeto a una rama cerca del fuego. Lo miré de reojo, no disimulé para nada el malhumor que me estaban generando todos ellos.

Mi mirada no pasó desapercibida para la mujer ni para el Almirante, que quedaron petrificados, como si un rayo los hubiera atravesado de par en par. Pero el niño ni se había percatado y me rendí ante su persistente inocencia al babear por los bocadillos que había estado preparando cuando ellos llegaron.

Tomé una de las ramas que tenía al fuego y tras devorar de un mordisco una buena parte de la carne azada, le acerqué otra de las ramas que ya estaba lista para degustar. El niño agarró la ofrenda de paz y se sentó a la par mía, sobre el tronco frente a la fogata y comenzó a saborear la deliciosa carne de pez.

La doctora pareció volver a respirar, como si la imagen que proyectara de un monstruo de repente perdiera consistencia. Suspiró en sus adentros y con más confianza examinó el brazo que le extendí puesto que no dejaba de dolerme desde el día anterior.

— No sabía que se pudieran cazar tiburones de ésa forma.

— ¿Así se llama ése pez? — pregunté sin darle importancia, estaba más ocupada reemplazando el dolor que me provocó la doctora en su inspección con un gran mordisco que mantuviera a mi boca entretenida.

— Ni siquiera se dio cuenta de que le salvó la vida a ése hombre…— pensó el Almirante, aun boquiabierto. En su foro interno no podía dar crédito del nivel de aquella cazadora que ahora cedía espacio a un niño con quien compartía su comida casi a regaños que se esfumaban en el aire.

— Pareciera que tuviste una quebradura expuesta, pero tus huesos están donde deben estar… — analizó en voz alta la doctora.

— Acomodé los huesos anoche, ya deberían estar soldados. ¿Tiene algo para el dolor? — inquirí, no tenía conmigo ninguna h****a para aplacar las molestias que me provocaba mi cuerpo al recuperarse y para colmo no había encontrado ninguna que fuera útil dentro de ésa isla.

— ¿Acomodar? — interrogó extrañada mi evaluadora.

— También tenía varias costillas rotas, pero ya están como deben estar. ¿Tienes alguna…?— pero antes de volver a preguntarle a la doctora por ésas hierbas medicinales, Kai interrumpió de inmediato bastante exaltado.

— Espera, ¿estás diciendo que de un día para otro tus heridas se curaron solas? — inquirió el Almirante sin dar crédito a lo que escuchaba.

— …— tanto la doctora como yo permanecimos en silencio. Ella no lucía sorprendida, por mi parte comenzaba a irritarme lentamente.

— Es imposible. — resumió él de inmediato.

— ¿Tienes lo que te pido? — lo ignoré y regresé la vista hacia la doctora luego de que revisara mi espalda y sólo encontrara magullones.

— Puedo prepararte algo, ve a la enfermería cuando termines aquí. — contestó ella, cerrando su botiquín, del que no tuvo necesidad de usar ningún material para atenderme.

— De acuerdo. — le contesté.

No fue hasta que ellos se fueron, que entendí que la médica era la que había sido arrastrada mar adentro el día anterior como consecuencia de querer salvar a una de las niñas, que hoy también estaban allí presentes. Vi cómo se alejaba la doctora tomada de la mano de aquel pequeño que seguía zarandeando en el aire la rama que le había dado. Pronto se unieron a su caminata el Almirante y las dos niñas a las que segundos antes estuvo avisándoles que ya se marchaban al pueblo.