| No existe nadie más |

2573 Words
POV Ares Rodeo con mis brazos su cintura y entierro la nariz en su cuello. Simplemente no puedo evitar querer estar pegado a ella cada segundo del día. Si en este momento no estamos haciendo el amor, es porque he preparado una noche especial para ella. Pero más importante que eso es que hoy se acaba todo. Después de una semana de trámites, hoy por fin Arie llevará mi apellido. —¿Ya te vas? —dice, dándose la vuelta. Enrolla sus brazos en mi cuello y nuestros ojos se encuentran. En los suyos vuelve a brillar esa luz que logré encender cuando todo entre nosotros estaba bien. Antes de saber que somos hermanos. Sé que es difícil para ella. Para mí también lo es. Pero aunque lo nuestro sea moralmente incorrecto, es mil veces más difícil estar sin ella. Mi mente y mi corazón siempre le pertenecerán. —Casi… tienes que firmar esto —digo, separándome para tomar el folder y el bolígrafo. —¿Qué es? —pregunta, mientras acaricia mi cabello. —Los documentos para que Arie oficialmente tenga mi apellido. —¿Reed? —pregunta, sonriendo—. Arie Reed… me gusta. Pero, ¿ya está todo listo? —Ya tengo la firma de Bruno en los documentos anteriores. Este es el último que necesitamos, y por fin podremos irnos de aquí. —¿Irse? ¿A dónde se irán? —pregunta Fernanda, apareciendo detrás de nosotros. Después de la incomodidad inicial, quisimos irnos, pero había cosas que debíamos resolver. Cambiarle el apellido a Arie, figurar yo como su padre legal y darle la custodia completa a Gianella para evitar problemas cuando quisiéramos salir del país. Estaremos en casa de su padre por cuatro semanas, mientras buscamos un departamento para mudarnos juntos a Australia. Luego, nos iremos los tres. —Por ahora a la casa de mi padre —dice Gianella—. George, no Arthur. Él ha sido bueno, pero no podría considerarlo mi padre. Asiento con la cabeza. Eso hace este proceso aún menos raro. —Buena suerte separando a esos dos —dice Fernanda, señalando la cuna donde duermen Arie y su hijo, Fabricio. Los tres nos acercamos. Vemos cómo sus bracitos están entrelazados. Fabricio tiene unos ocho meses más que Arie, pero les encanta estar juntos. Aprovechamos las clases de estimulación temprana que Fernanda hace con Fabri para aprender también nosotros. —Gianella, ¿has considerado lo que te pregunté el otro día? —pregunta Fernanda. Gianella me mira un segundo, luego vuelve la vista a Fernanda. —Lo he pensado. Si es para descartar algo, está bien. Pero sin importar los resultados… nos iremos. ¿Mañana? —pregunta, mirándome. Yo asiento. —Mañana… —susurra Fer—. Podríamos ir hoy mismo, ¿qué dices? —Sí, claro —responde Gianella. Las dejo conversando. Antes de salir de casa, beso la cabeza de Arie. Esta semana ha sido todo un viaje. No porque hayamos hecho muchas cosas. Por el contrario. Adaptarme a mi nueva vida, a esta nueva aventura que se llama Arie, no solo es lo más hermoso que he vivido: también se ha convertido en mi mundo. Todo es del color azul de sus ojos. En las noches lo escucho balbucear. No llora. ¿Cómo me levanto? No lo sé, por qué ni siquiera los ronquidos de Gianella me levantan. Entonces camino hacia su cuna, siempre lo encuentro sonriendo. Ya sabe que voy a calentar su leche que Gianella saca durante el día, y después de comer, podemos dormir unas dos horas más. Hemos creado una rutina. Gianella se encarga de él cuando termina de trabajar. Yo, en las noches. Aunque dicen que los niños son muy pegados a sus madres, siento que con Arie no será así, por qué cuando mi bebé toma mi dedo, no lo suelta hasta que se queda dormido. Él es nuestro pequeño milagro. Uno que voy a cuidar con todo lo que soy. Todo lo que tengo será para él. —Ya llegamos — dice Ángel. Miro por la ventana, hemos llegado a la casa de Bruno. Eligió este lugar por la privacidad, lejos del ruido, de la prensa, de los fans. Caminamos juntos. No porque necesite ayuda legal, sino porque Ángel tiene más experiencia en trámites civiles. Yo estoy más acostumbrado a los contratos, no a escenas tan personales. La señora del servicio, la misma que me abrió la puerta aquella vez, nos deja pasar. Hay un silencio pesado, como si la casa llevara días sin música, sin vida. Y entonces lo veo. Bruno baja por las escaleras como un fantasma. Ese no es el Bruno que la gente conoce. No es el artista que se sube a un escenario y llena estadios. No es el hombre seguro, carismático, que conquista multitudes con una sonrisa y una canción. Ese hombre se ha ido. Lo que queda es una versión rota. Lleva una bata mal abrochada, con una camiseta blanca manchada y arrugada. El pantalón de pijama se le cae por la cadera. Va descalzo. Su andar es lento, casi arrastrado. Pero lo que más me golpea es su rostro. Tiene los ojos hundidos, enrojecidos. Las ojeras le llegan casi hasta los pómulos. Está pálido, con la barba crecida, descuidada. Parece no haberse duchado en días. Jamás pensé que vería a Bruno así. Un hombre acostumbrado a las luces, ahora apagado por completo. Me da pena que seamos nosotros la razón por la que se encuentra en este estado. No puedo imaginar qué sentiría si, después de esperar a mi hijo por nueve meses, me dijeran que no es mío. Debe ser devastador. Pero algo me dice que no es solo por Arie. Lo siento. Su mente está en otra parte. Quizá en Gianella. Se acerca sin apuro y nos saluda desde lejos, ajustándose la bata. Está aquí, pero sé que su mente está en otro lado. —¿Quieren algo de tomar? — pregunta. Miro el reloj por inercia: aún no son las nueve de la mañana. —No, gracias — respondo, y él señala el sofá para que nos sentemos. —Bourbon. Seco — dice. La señora del servicio lo mira un segundo y se marcha sin decir nada. —Acabemos con esto. —Primero que nada, Bruno, quiero que sepas que lamento mucho esta situación. Gianella… — digo, y al mencionar su nombre levanta la mirada. —Ella también lamenta haberte engañado. Quiere agradecerte por el apoyo y la protección que le diste durante el tiempo que estuvieron juntos. —No tenemos nada que hablar. Terminemos esto rápido — responde, extendiendo la mano. Ángel le pasa la carpeta. Bruno empieza a firmar sin siquiera mirar los documentos. —¿No vas a leerlos? — pregunto. —¿Van a seguir engañándome o qué? — dice, y niego con la cabeza. —Entonces confío en que todo esté bien. Termina de firmar y deja la carpeta sobre la mesa justo cuando la señora regresa con su bebida. Se la toma de un solo trago. —Adiós — dice, haciendo un gesto con la mano para que nos vayamos. —Bruno, de verdad quisiera ayudarte. Si hay algo que pudiéramos hacer por ti… — digo, y él se pone de pie de golpe. —¿Quieres ayudar? — pregunta, y asiento. —Entonces dime… ¿dónde diablos está Sirena? —¿Sirena? — repito, sin saber si escuché bien. ¿Qué tiene que ver ella con Bruno? —No sé nada de ella. Iba a ir con nosotros a Australia, pero decidió no ir a último momento. Dijo que tenía problemas familiares — respondo. —¿De dónde…? ¿Tú y Sirena? —Sin preguntas… ¿Quieres ayudar o no? Entonces ayúdame a encontrarla — insiste, desesperado. —Si se fue… tal vez es porque no quiere nada contigo — respondo, intentando mantener la calma. —Imposible, ella… me ama — dijo limpiándose una lágrima que resbaló por su rostro — Ese día en mi oficina — dice mirando al suelo— Gianella nos encontró teniendo sexo. Sirena y yo nos habíamos reconciliado después de unos días sin hablarnos. Hice que saliera de la oficina… la boté, la traté como si no me importara. Solo para quedarme a solas con Gianella por qué ella dijo que había ido a despedirse y no quería dejarla ir. Luego, cuando me quedé solo con Arie, encontré esto en el piso — dice, sacando algo del bolsillo. Es una prueba de embarazo. —¿Es de Sirena? — pregunto. —Solo dos personas estuvieron ahí. Gianella acababa de dar a luz. Tiene que ser de Sirena. La llamé, fui al departamento que compré para ella… y nada. Desapareció. Tomé a Arie, iba a buscarla con él. El resto de la historia ya lo sabes. —¿Estuviste con ella todo este tiempo en New York? — pregunto, y él asiente. —Entonces… Ella no fue a Australia por ti… ni siquiera pudo graduarse — respondo un poco indignado — Lo siento, pero no voy a ayudarte. Está mejor sin ti — digo, tajante. —La quiero, Ares. La quiero de verdad — responde, con los ojos húmedos. —Pero no la amas — contesto sin pensarlo. —No lo sé… pero no importa. No ahora. Ella tiene a mi bebé en su vientre. Debo encontrarla — dice, más para sí mismo que para mí. —No sé dónde puede estar — respondo con honestidad — Nunca hablamos de nada personal. Ella solo vivía para estudiar… luego lo dejo todo de golpe. —Entonces no hay nada que puedas hacer por mí. Si eso es todo, mejor váyanse. — ¡Gloria! ¡Otro bourbon! — gritó Rápidamente abro la carpeta. Todos los documentos están en orden. Salimos sin decir una palabra más. No sé dónde está Sirena, pero si decidió alejarse, tal vez fue lo mejor. Nunca logré conectar con ella. Siempre tan ocupada con sus estudios, tan callada, tan distante. Ni siquiera era amiga de nadie. Y ahora resulta que tuvo una aventura con alguien como Bruno. No es que él sea una mala persona… pero ella sabía de Gianella, de su relación con Bruno, que estaban esperando un bebé. No sé qué pensar. ******** Llegamos a casa de Fernanda, pero no hay rastro de ellas. Supongo que fueron al hospital a hacerse la prueba de ADN. No puedo negar que me siento nervioso. Si ellas son hermanas… ¿entonces Fernanda también es mi hermana? Mi estómago se revuelve solo de pensarlo. Papá dice que toda su vida estuvo enamorado de Sara. Que luego mis abuelos lo forzaron a estar con mi madre, que de esa relación nací yo… y después, él engañó a mi madre con Sara. ¿Pero entonces en qué momento nació Fernanda? Mi padre nunca mencionó a otra mujer. Nunca habló de una aventura distinta a la que tuvo con Sara. Y Fernanda es mayor que Gianella pero menor que yo. Entonces… ¿En qué momento la tuvo? No quiero pensar que mi padre las engañó a las dos con otra, no tiene sentido. Camino hasta la repisa donde Fernanda guarda algunas fotos. Hay una vieja, maltratada, enmarcada a medias. Es la única imagen que tiene de su madre. Es una mujer muy hermosa. Y ahora que la observo bien, noto el parecido. Fernanda heredó sus ojos. Gianella también se parece mucho a Sara… pero cuando están juntas, es como ver a Gianella en unos cinco años: más grande, más madura, como si el tiempo las moldeara del mismo barro. Sus rostros, sus gestos… sus ojos se arrugan cuando sonríen y eso heredaron los bebés, esto es como un rompecabezas y no se por donde empezar. Trato de no pensar más. No tiene sentido atormentarme hasta tener los resultados, que tardarán tres días. Además, mañana nos vamos. Ya todo está listo. Si el resultado es positivo, Fernanda va a tener que hablar con mi padre ella sola. Subo a la habitación que compartimos Gianella y yo. Empiezo a bajar nuestras maletas al auto. La idea de salir de aquí, de alejarnos de todo, empieza a sonar como una salvación. Vancouver nos espera, y no puedo esperar para llegar a la casa en donde me enamoré de Gianella. —Aquí estás — dice Gianella al entrar a nuestra habitación, cerrando la puerta tras de sí. —Aquí estoy… ¿y tú? ¿Dónde estabas? — pregunté, atrayéndola hacia mí sin pensarlo. —Fuimos al hospital a hacernos la prueba de ADN. ¿Puedes creer que Fernanda ya tenía un mechón de mi cabello listo? Al final se arrepintió de hacerlo a mis espaldas y prefirió preguntarme otra vez. —Fernanda puede ser muy astuta. Antes de que nos demos cuenta, se va a quedar con la firma de mi padre — dije riendo. —No sería una mala idea. Así ya no tendrías que casarte con Susan — respondió, colgándose de mi cuello con esa sonrisa que siempre consigue acelerar mi corazón — Pero no hablemos de eso ¿Me dirás a dónde iremos esta noche? No quiero que gastes dinero de más. Podemos quedarnos aquí, cocinar algo, ver una película… Arie y Fabricio pueden hacer una pijamada. —Podría ser, pero si nos quedamos, vamos a despertar a toda la casa — respondí, y vi cómo sus ojos se agrandaban y sus mejillas se ponían de ese color tan rojo que me encantaba. —¡Ares, no! — dijo, negando con la cabeza, mientras apretaba los labios. —¡Ares, sí! — imité su tono, y ambos reímos. —Es nuestra última noche en Los Ángeles — añadí, bajando un poco el tono. —Y aunque cada día ame más este lugar, quiero que tengamos unas semanas tranquilas en la casa de tu padre. Ese siempre será mi lugar favorito. Quiero crear recuerdos con Arie allí, antes de partir a Australia. Ella asintió, y sus ojos se suavizaron. —Está bien… ¿y qué debo ponerme? — —Tu vestido rojo. Ya está limpio y planchado en tu armario — dije, dejando un beso en sus labios. Ella sonrió contra mi boca. —Voy a ver a Arie mientras te alistas. Te amo — murmuré, comenzando a alejarme. Pero sus dedos seguían entrelazados con los míos. Me guío para sentarme en la cama y ella se acomodó sobre mi. —Sé que he estado un poco rara — dijo de pronto, deteniéndome. —Pero nunca pienses que no te amo, ¿sí? A pesar de todo, solo cuando estamos los tres juntos siento mi corazón completo. Juntó su frente con la mía, y su voz se volvió aún más suave. —Nunca me arrepentí de amarte. Tuve dudas, sí — susurró, enredando sus dedos en mi cabello —pero tú vales la pena. Todo vale la pena cuando estamos juntos. Te amo, Ares. Gracias por no juzgarme, por estar siempre, por escucharme incluso cuando yo no podía decir nada. Me has entendido, incluso cuando ni yo me entendía. Gracias por amarme así. Sus labios buscaron los míos en un beso lento, suave, lleno de todo lo que no hacía falta decir. Mis manos se posaron en su rostro, acariciándolo como si aún necesitara convencerme de que todo esto es real. No puedo esperar hasta más tarde, quiero darle mi corazón, todo de mi. Que sepa de una vez que no existe nadie más que ella.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD