CALLUM
Hace 19 años...
Es él o tú.
Esas fueron las palabras que me rompieron.
… No tuve elección.
La sangre gotea de mi barbilla, formando charcos en los riachuelos carmesí que corren sobre el cemento manchado.
El cadáver de Luca Tassotti se estremece a mis pies. La luz ha abandonado sus ojos… y la poca que queda en los míos amenaza con seguirle pronto… pero no porque esté herido.
Físicamente, estoy bien. Mi cuerpo puede estar en llamas, pero logré vencer al enorme adolescente italiano.
Es mi alma la que realmente duele.
Claro, Luca era un monstruo cruel. Un asesino en potencia. Un terror para las sirvientas de esta mansión y un abusivo que se divertía haciéndome más miserable de lo que ya era, pero nunca pensé en matarlo, no en serio... no hasta que me arrojaron a este sótano y me dieron ese escalofriante ultimátum. Es él o tú.
No había compasión en esa frase. O me convertía en asesino, o iba a ser asesinado.
No podía permitir lo segundo. Mi familia seguía allá afuera en algún lugar, y la idea de dejarlos atrás sin poder despedirme me destrozaba el corazón hasta que me convertí en el salvaje que tanto me había esforzado por reprimir.
Si alguna vez quería volver a ver a alguien que amaba, tendría que sobrevivir a esta pesadilla… y quitarle la vida a Luca.
No importaba que me llevara seis años de ventaja ni que fuera casi un pie más alto. Ese italiano corpulento se había ablandado por pasar tanto tiempo arriba, en la planta principal, siendo tratado casi como un m*****o normal de la familia criminal Conti.
Puede que no fuera de sangre con quienes dirigen esta organización, pero tenía linaje italiano, y eso significaba que, para ellos, era más humano de lo que yo podría llegar a ser.
Pero Luca jamás fue agradecido. Mientras yo estaba encerrado como un perro irlandés, él seguía empujando los límites hasta que finalmente los cruzó.
Una noche, en un ataque de borrachera, atacó a la prostituta más valiosa del jefe. La destrozó tanto que al final tuvieron que desconectarla. Tres días después, estaba muerta… y Luca, jodido.
Primero, lo castigaron con una semana en aislamiento. Luego, lo pusieron frente a mí, en el sótano donde se realizan las peleas de perros.
No estaba claro si esto era una lección, un castigo o puro entretenimiento.
De cualquier manera, nuestros captores se amontonaron alrededor y empezaron a apostar.
Un italiano de dieciocho años —debilitado tras siete noches en una celda oscura— contra un chico irlandés de doce años, salvaje. El dinero inteligente habría apostado por él. Pero yo he superado las expectativas toda mi vida.
Al final, fui más rápido. Más inteligente. Y estaba mucho más desesperado.
Los recuerdos de papá enseñándome a defenderme cruzaron por mi mente mientras esquivaba los golpes pesados de Luca. Las imágenes de juegos de lucha con mis dos hermanos menores guiaron mis movimientos y reprimieron mi miedo mientras forcejeábamos en el suelo. El deseo de volver a sentir el abrazo de mamá me dio el impulso para aprovechar una apertura.
Pero mi mente se nubló por completo cuando le abrí la garganta a Luca con los dientes.
Ahora, estoy entumecido. Tan entumecido que ni siquiera puedo llorar… como si alguna vez fuera a permitir que me vieran llorar. Todo lo que llena mi mente es un zumbido sordo… hasta que una mano helada se posa en mi hombro y la risa cruel del diablo rompe el silencio gélido.
—Lo hiciste bien, Brutus. Ahora, es hora de tu recompensa...
Nubes grises y frías se arrastran sobre el cementerio del valle.
Desde mi lugar en lo alto de la colina, apenas puedo distinguir unas cuantas figuras congeladas más abajo. Mis dos hermanos menores, Tomás y Cilian, tiemblan a ambos lados de papá, que tiene la cabeza baja y las manos entrelazadas en oración.
A pesar de estar juntos, cada uno se ve tan solo como yo me siento. Falta alguien en ese pequeño círculo. Y ya no soy solo yo.
Mamá no está con los chicos mientras se agrupan alrededor de un ataúd de madera.
El temor se me atasca en la garganta. El sabor amargo de la bilis se mezcla con la realidad. Por primera vez desde que me secuestraron, no me importa llorar. Solo quiero volver a estar con mi familia.
Cierro los ojos e intento recordar la voz suave de mamá. Siempre me decía que estaba bien llorar. Después de todo, solo soy un niño.
Pero mamá está muerta.
No.
No puede ser. Hay otra persona en ese ataúd. Mamá solo llega tarde.
Cuando el acero frío del arma de mi captor se clava en mi sien, sé que solo me estoy mintiendo a mí mismo. ¿Por qué me traerían al funeral de alguien más?
Ha pasado un año desde que fui tomado como rehén por el rival más cruel de mi padre. El jefe mafioso Lorenzo Conti. Fui una moneda de cambio para asegurarse de que mi familia jamás se alzara contra él después de su traición. Hasta ahora, ha funcionado. No he salido de los muros de su prisión desde el día en que me arrastraron dentro. Pero hoy, me ha traído a este cementerio. Y sé por qué.
Para restregármelo.
Él ganó.
Nosotros perdimos.
Y pronto, me convertiré en su bestia.
Cuando eso pase, mi familia no tendrá a nadie más a quien llorar. Incluso ahora, un año después de que me arrancaron de su lado, solo tres O’Callaghan siguen juntos.
Uno por uno, mis hermanos colocan flores sobre el ataúd, rindiendo sus últimos respetos en silencio. Muero por unirme a ellos. Pero sé que no me lo permitirán. Esto no es una recompensa. Es tortura. Pública.
—¿Quién crees que está en ese ataúd? —se burla Lorenzo. Su pregunta brutal atraviesa la lluvia y me corta el cuello como una navaja. Finalmente, después de todo este tiempo, ha logrado que baje la cabeza. Pero no respondo. Aún no me ha roto por completo—. Contéstame, Brutus.
—... Ese no es mi nombre.
El arma se clava más profundo en mi piel. Ya no se siente tan fría frente a las lágrimas calientes que me nublan la vista.
—¿Entonces cuál es tu nombre?
—Callum O’Callaghan.
Un pie me barre por detrás de la rodilla y me empujan al lodo. A pesar de mis esfuerzos, un grito de dolor se me escapa.
—Incorrecto —escupe Lorenzo.
El alboroto llama la atención de mi familia más abajo. A través del dolor, escucho la voz de mi padre.
—¿Callum?
Las armas se agitan detrás de mí mientras los hombres de Lorenzo se preparan para aniquilar a los últimos miembros del clan O’Callaghan.
—No les hagan daño, por favor —suplico.
—Tu padre debe ser castigado —dice Lorenzo—. Al igual que tú, cuando olvidas tu nombre.
—Perdónalo —imploro—. Castígame a mí en su lugar.
—¿Y por qué debería mostrarles piedad a ustedes, salvajes irlandeses?
—... Porque mi mamá está muerta. Estamos en su funeral. —La miseria de saber que tengo razón es una tortura pura.
No levanto la mirada, pero la sonrisa cruel de Lorenzo se cuela detrás de mis párpados cerrados mientras clava el último clavo en mi ataúd.
—Niño listo.
—¿Callum?
Papá.
He soñado con volver a verlo desde el día en que me llevaron, pero mi vista permanece fija en el suelo. Si lo miro, podría ser el fin para los dos.
Lorenzo se ríe entre dientes.
—Le hemos cambiado el nombre, Ronan. El chico ahora se llama Brutus, como el traidor que es. Llámalo así y quizá te responda.
No lo hagas.
No hay nada en este mundo que desee más que correr a los brazos de papá y olvidar esta pesadilla, pero sé que en el momento en que Lorenzo consiga lo que quiere, tendrá pocas razones para mantenernos con vida. Me lo ha dicho en sus momentos más oscuros.
Mi padre no cede.
—Si le haces daño... —el gruñido suena como un trueno lejano. Hace que mis cicatrices ardan. Ya es tarde.
—Haré lo que me plazca con mi rehén —dice Lorenzo, manteniendo el cañón de su arma contra mi sien—. Si querías decirme qué hacer, entonces no debiste haberlo entregado...
—¡Yo no hice eso! —el trueno de papá ya no está tan lejano.
El arma de Lorenzo se incrusta aún más en mi piel.
—Tranquilo, bárbaro. —La sombrilla ya no me cubre.
Me alegra, porque así oculta mis lágrimas. No dejes que vean lo triste que estás. No les des lo que quieren.
—Tu padre te entregó para salvar su propio pellejo. ¿O no?
La presión creciente del cañón me deja claro que Lorenzo quiere una respuesta.
—Sí —respondo, para proteger a mi familia.
—¿Cuál es tu nombre?
—Brutus.
Puedo escuchar el corazón de mi padre romperse.
—Ten un poco de compasión, Lorenzo.
—La compasión es para los débiles —escupe el diablo, antes de recomponerse—. En fin, lo traje, ¿no? ¿Por qué no te despides de él?
Ya no me habla a mí, pero no queda claro si le dice a mi padre que se despida de mamá… o de mí.
—Esto no ha terminado —gruñe papá, pero está destrozado. El miedo y la impotencia que tiemblan en su voz me resultan desconocidos. La realidad de cuán atrapado estoy me golpea el corazón como un mazo. Mi rostro está en el barro para cuando dejo de doblarme de dolor.
—Aún no —responde Lorenzo—. Pero solo porque yo elijo hacerte sufrir.
Un silencio denso llena el aire húmedo entre los antiguos amigos y socios.
Desde algún lugar muy profundo dentro de mí, encuentro la fuerza para darle esperanza a mi padre.
—Triquetra —murmuro entre dientes.
Es imposible saber si mi padre me escucha a través de la lluvia, pero juro que lo oigo murmurar la palabra de vuelta.
Triquetra.
Cree.
La fe es lo único que me queda ahora. Lorenzo Conti puede quitarme la libertad, puede quitarme a mi familia, puede quitarme la vida, pero no puedo permitir que me quite la esperanza.
Cuando las armas vuelven a sonar detrás de mí y los pasos de mi padre se alejan con resignación, me aferro a esa esperanza. Es tan pequeña que cabe en la palma de mi mano, pero aún está ahí. Un rayo de sol que mamá me dejó. Cierro el puño y aprieto, desesperado por no dejar que la luz se escape.
Pero mamá está muerta.
El rayo se hace más pequeño.
—Lo hiciste bien hoy, muchacho —dice Lorenzo cuando regresamos a la limusina—. Si tan solo hubieras visto la cara de tu padre.
La risa que se le escapa es de pura crueldad.
Estoy empapado, pero también vacío. Las lágrimas que derramé bajo la lluvia manchan mis mejillas igual que el lodo que cubre mis rodillas.
Ni siquiera el eventual calor de la mansión de Lorenzo ayuda mucho a mi espíritu tembloroso, no que tenga tiempo de acostumbrarme al consuelo. El diablo aún no ha terminado conmigo.
—Pasarás la noche en el agujero —declara, entregándole su abrigo a un sirviente.
Pensé que no quedaba nada dentro de mí que pudiera morir, pero él siempre encuentra algo más.
Una nueva oleada de agonía derriba mis muros.
—¿¡Por qué!? —pregunto, olvidando mi lugar.
El agujero es una tortura. Una celda oscura y húmeda en el sótano. Es donde me envían cuando me porto mal. Fría, negra, inescapable. Sin ventanas. Sin luz. Sin esperanza. Y esta noche estará embrujada por el fantasma de Luca.
El rayo de mamá se apaga aún más. El miedo me sacude. Ella ya no está. Si pierdo ese rayo, se habrá ido para siempre, y yo también.
—Olvidaste tu nombre antes —dice Lorenzo.
Dos guardias enormes se colocan a mi lado.
—Si vas a civilizarte, necesitarás recordar detalles importantes como ese. El agujero te dará tiempo para pensar. Para recordar por qué estás aquí. Para recordar quién te traicionó y por qué. Yo soy tu amigo, Brutus. Soy tu único amigo. Cuanto antes lo entiendas, mejor.
—Eres malvado —se me escapa, igual que las lágrimas.
—No estás equivocado —Lorenzo se encoge de hombros, una sonrisa desaliñada cruza sus mejillas demacradas—. Pero todos los demás también lo son. Tu padre también era malvado, hasta que le quité el poder. Ahora no es lo suficientemente fuerte para ser malvado. No confundas eso con bondad, muchacho. Tu padre te entregó para proteger el poco poder que le quedaba. Yo me aseguré de que fuera el último acto malvado que pudiera cometer. En realidad, deberías darme las gracias.
—Jamás te lo agradeceré.
—Lo harás. Y algún día trabajarás para mí. Te daré suficiente poder para ser malvado, y tú esparcirás oscuridad, dolor y muerte donde yo te lo ordene. ¿Entiendes?
Mi dolor me retuerce por dentro. Todo duele. Mi cabeza, mi corazón, mi rayo de esperanza. Pero entonces todo se congela. El dolor se adormece cuando otra cosa empieza a subir por mis entrañas. Ira. Toma el centro del escenario. Logro mirar a Lorenzo a los ojos.
Si fuera grande, te mataría.
Parece divertido con mi desafío.
—Deja que esa rabia te mantenga caliente en la oscuridad. Si sigues vivo cuando te saque, quizás te dé otro idiota para que la liberes.
Me empujan dentro de mi celda y la puerta se cierra de golpe. La oscuridad me envuelve. Se mete en mis huesos y recubre mi corazón. El dolor, la angustia y las lágrimas se congelan ante la furia.
Mamá está muerta.
Su rayo de esperanza se convierte en hielo detrás de mi pecho. Fuego azul se forma en su lugar. He estado atrapado en esta oscuridad antes, pero nunca así. Las cosas nunca volverán a ser iguales.
Mamá me dejó. No pude despedirme.
Pero sé que no fue culpa de papá. Yo creo. Lorenzo puede pensar que es astuto, pero nunca logrará romperme, aunque tenga que convertirme en piedra. Quiere transformarme en su asesino personal. Su heraldo de la muerte. Tendrá su deseo. Tomaré cualquier vida que me pida, y cuando sea grande y fuerte, tomaré la suya.
Pero no antes de hacerlo sufrir.
Al menos Lorenzo acertó en una cosa. Ya no me llamo Callum. Pero tampoco soy Brutus.
En la oscuridad del agujero, he cambiado. Si alguna vez salgo de aquí, no usaré ninguno de esos nombres. Me convertiré en la venganza encarnada. El demonio. Seré el salvaje celta que Lorenzo cree que soy. Un monstruo que no puede ser controlado.
Y cuando las sangrientas tornas se hayan volcado y él suplique por misericordia, le diré que ya no me queda ninguna. Él me la robó toda.
Seré malvado. Seré brutal. Seré su peor pesadilla.
Y seré despiadado.