Quinta parte.

776 Words
Mirarla con su pecho moviéndose rítmicamente, con sus ojos puestos en él, llenos de lujuria. Su cuerpo delgado, pálido y lleno de curvas encima de las sábanas rojas, le hacían parecer un demonio en medio de las llamas del infierno, que lo invitaban a pecar con ella. Sus bragas... Esas malditas y sensuales braguitas negras totalmente de encajes, lo confundían. Porque quería romperlas para ver su sexo goteando, para saborearlo como el más exquisito de los postres, pero también quería estar toda la noche mirando ese trozo de tela cubrir esa parte de ella. De observar como yacía desparramada encima de la cama, con la respiración agitada, su pelo de tirabuzones rubios esparcido por las sábanas, sus senos con el tamaño perfecto como para ser abarcados por su palma caliente. Sus ojos agigantados de un intenso y abrumador azul, su naricilla pequeñita y linda, y sus malditamente sensuales labios de un intenso rojo que no se había quitado a pesar de que hace pocos minutos tuvieron una sesión de besos salvajes. De esos besos húmedos que excitaban a cualquiera. Lo ponían como a una maldita roca y lo calentaba tanto, que un volcán en erupción le quedaría corto. Se acercó a ella, hasta quedar encima, apoyándose con sus manos a cada lado de su cuerpo, para así no aplastarla con su peso. Luego pegó sus labios a los de ella, con suavidad. Por una milésima de segundos, Allyson imaginó que los labios que la besaban eran los de Alem, pero echó ese pensamiento inoportuno a un lado. Nadie se merecía estar besándose con alguien, y que esa persona lo imaginaba siendo otra. Nadie se lo merecía. Por eso ignoró completamente lo que pensó hace segundos y se enfocó en seguirle el beso, que con el transcurso de los minutos se tornaba más salvaje, más seductor, más candente... Alzó sus manos suaves, subiéndolas hasta su torso desnudo, trazó un camino de caricias irregulares, causándole escalofríos excitantes al hombre encima de ella. Mientras sus lenguas se enredaban salvajes, y se saboreaban mutuamente. Ally bajó más sus manos hasta llegar a los músculos marcados de su pálido abdomen, se entretuvo con ellos por unos segundos, mientras el beso comenzaba a tornarse más húmedo y brusco. Luego bajó más, hasta llegar a la tira de sus bóxer negros, delineó ese pequeño látigo que apretaba sutilmente su cadera. Tocó con sus dedos índices su marcada v, esa parte tan bella que tenían los hombres que se dedicaban laxos de tiempo en el gimnasio. Y que merecían ser tocados de sólo imaginarlos en las máquinas de ejercicios llenos de sudor. Debía reconocerlo, su mayor debilidad eran los hombres atractivos y musculosos, pero no en exceso. Esos jodidos y sensuales hombres con carácter, con elegancia, educación, y ese don de la deducción. Con muy buen gusto para vestirse, para la música, para el perfume. Porque muchos de ellos no lo sabían. Pero el perfume varonil, masculino, era como un magnetismo para las mujeres. Era como el cántico de una sirena, o como el sonido que hacía la serpiente cascabel para atraer sus presas. E incluso con buen gusto para las mujeres. De esos hombres que con solo mirarlos, cualquier mujer se imaginaba disfrutar en sus brazos. Pero principalmente, de esos hombres con un buen trato hacia las mujeres. Que sabían cuando ser románticos, cuando ser rudos, chistosos, educados y pervertidos. Esa era su jodida debilidad, pero no se enojaba por eso, porque sabía perfectamente que toda mujer tenía esa debilidad. Y evidentemente no se podía quejar... Y menos ahora, porque el jodido buenorro italiano que se encontraba encima de ella, tenía casi todas esas cualidades. Continúo con sus caricias, hasta que despegó sus labios en un chasquido, para mirarlo a los ojos, a esos bonitos ojos azules con destellos jades intensos. Los cuales estaban en una tonalidad oscura, que detonaban la excitación que estaba sintiendo con ella. Así, que mirándolo a los ojos, hundió sus manos en los bóxer del castaño claro, hasta sentir la raíz de su pene, esa que estaba entre la unión del m*****o y los testículos. Quería hacerlo rudo, por eso, lo tomó con fuerza por el tronco. Sintiendo su tamaño, su grosor. Y vaya que no se podía quejar... Ni mucho menos él. Porque estaba dotado el muy cabrón... Incluso más dotado que Alem. Por eso se prometió disfrutar, más que nunca. Procedió a mover su mano, masturbándolo levemente, endureciendo más su erección. El castaño jadeó subiendo su cadera para sentir más la palma de la rubia rodear su erección. Ally debía reconocer que los rubitos no le iban, pero éste era la excepción. Estaba más que bueno...
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD