Capítulo 3: Fiesta en la playa

1985 Words
Respiré hondo calmando mis sentidos. Abrí los ojos lentamente topándome con la madre de Mina de brazos cruzados. —No irás— Merde. Odiaba maldecir en italiano pero mi padre ya me había acostumbrado a ello. —Por Dios, estoy bien. Puedo y quiero ir a la escuela— ella tocó mi frente. —No tienes fiebre— susurró. Giré mis ojos irritada. —En serio estoy bien. Tan sólo no me sentía bien ayer porque estuve muy estresada ¿De acuerdo? Tengo malas notas y eso me pone mal— la mujer me miró con dulzura. Me recordó a mamá. —Sé que la escuela es difícil cariño, pero debes aprender a controlar ese estrés o puede matarte— Yo asentí un poco indiferente a su extraño consejo. —Bien, vete. Pero cuidado y haces algo que ponga en peligro tu vida y te encerraré en esta habitación. —Lo juro— levanté mi mano para prometerlo. Bien, supongo que se preguntarán por qué quiero ir a la escuela. Simple, si quería ir a la fiesta debía estar bien para ir a la escuela, de lo contrario la señora Stevens no me dejaría salir y lo que debe pasar entre Stella y Leo no pasará. Bajé las escaleras intentando no caerme con los tacones. ¡Dios! ¿Cómo podía Mina soportar estás torturas? Yo estaba a punto de romperme los tobillos. Había decidido vestirme como normalmente lo haría la dueña de este personaje, si no todos pensarían que estaba actuando extraño de nuevo. Suspiré intentando caminar recta. Era tan difícil. Finalmente llegué al todoterreno sonriendo ante semejante auto. Lo amaba. Era enorme y tal vez podría servir para viajar después del apocalipsis. Pero dejaría sin transporte al resto de la familia. Diablos, olvidaba que todos morían mañana. ¡No! De alguna manera salvaría a los padres y al tonto hermano de Mina, por mi honor. Me puse las gafas de sol y comencé con mi viaje. Gracias a mis habilidades para manipular a Dylan, logré conseguir la dirección de la secundaria por lo que no tendría problemas para llegar. ¡Oh sí! Al estacionar el auto, todos los alumnos me miraban de arriba abajo, algunos murmurando lo bien que me veía, lo caliente que estaba y otro pues me odiaban a muerte. Así que esto era la popularidad. Un escalofrío recorrió mi columna. No podía creer que la gente amara esto, ser observada por todos. Mucha presión. Continué caminando hasta llegar a las gradas que conducían a la entrada, pronto visualicé al tonto de Dylan junto a Leo. Mis ojos parpadearon varias veces. Leo Conte era un chico realmente apuesto. ¿Cómo es que Mel no narró estos detalles nunca? Tan sólo balbuceaba sobre lo guapo y heroico que era, aunque la mayoría de veces era un tonto. Simple opinión mía. Negué con la cabeza y seguí mi camino y justo antes de abrir la puerta una mano me detuvo. Era Dylan. —Mina ¿qué haces aquí?— me preguntó. Yo me zafé de su agarre. —Pues vine a estudiar qué más— su rostro mostraba un ápice de preocupación, pero al escuchar mis palabras sonrió. —¿Estudiar? ¿Desde cuándo? Es obvio que ni siquiera abres un libro mientras estás acá— Leo rio burlón detrás de él. Achiné mis ojos irritada por los insultos de Dylan. Debía darle una lección. —¡Vaya! Y dime tú ¿qué cualidades perfectas tienes para que compensen lo mala estudiante que soy?— su sonrisa desapareció. —¿Qué? —Oh, no comprendes. Podría explicártelo, pero no puedo entenderlo por ti. — Leo sonrió divertido mientras yo imitaba el gesto falsamente. —Lindo día muchachos— y con eso dicho me fui de ahí. (...) Madre mía, no tenía la menor idea de cuál era mi salón. Esto de fingir ser alguien más sin tener información era difícil. —Hola Mina— saludó una joven de tez morena y ojos verdes. Era hermosa. ¡Santo cielo! Todos en esto libro eran tan visuales. Tanta belleza me mataba. —Hola tú— sonreí un poco incómoda. No sabía su nombre, esto era vergonzoso. —Supe que te enfermaste ayer. ¿Estás mejor?— yo asentí.—Genial, entremos al salón. Hoy nos toca examen de historia. Espero hayas estudiado— asentí. Tenía un poco de conocimiento sobre algunas cosas. Aunque realmente no importaba ya que todos moriríamos mañana. Era una lástima que no pudiera salvar a todos. Ni siquiera a esta chica que probablemente era cercana a Mina. Entré al salón y tomé asiento junto a la desconocida. Mientras observaba el salón en silencio mi atención se desvió a la entrada rápidamente al ver a Leo caminar hacia mi dirección. Vaya que el chico era guapísimo, un digno rostro para el personaje principal. Él hizo para atrás su cabeza lanzándome una mirada extraña. Supongo que no le gustaba que lo vieran fijamente, aunque a mí me daba igual. Se sentó detrás mía y yo me giré. —Así que tú eres Leo Conte. —No gastes mi nombre princesa. — Refunfuñé. —Eres más apuesto de lo que pensaba.—Asentí. —Digno de un protagonista— el me lanzó una sonrisa irónica mientras levantaba una de sus cejas. —Escucha, sé que te gusto. Me di cuenta ayer en tu casa, pero a mí no me agradas— me quedé boquiabierta. Él fue quien me miró como un pervertido ¿Y yo era la pecadora aquí? Qué actitud más horrible. —Lo bueno es que después del apocalipsis no volveré a ver tu rostro. —¿De qué hablas? ¿Apocalipsis?— lo miré sintiéndome superior a él y Leo lo notó. —Ay cariño, atravesarás muchos problemas después de eso. Te deseo suerte— Y me giré dejándolo con la palabra en la boca. Al terminar la clase salí volando de ahí. No quería tener que darle explicaciones a Leo sobre mi vómito verbal. Era una tonta. No pensé en las consecuencias por abrir la boca y decir aquello frente al protagonista de la historia. Tal vez no afectaba en nada el hilo de los sucesos, pero aun así no podía arriesgarme. Al salir me encontré con Stella. —Mina— sonrió ampliamente, un aura llena de luz giraba a su alrededor que me hacía doler los ojos. Al igual que cuando veía a Leo. —Hola— saludé. —¿Escuchaste sobre la fiesta? —Si, pasaré por ti hoy en la noche. Hoy es el día en que vivirás la experiencia adolescente— aquello salió de mi boca inconscientemente. Yo no había pensado decirlo, prácticamente salió de mi, controlándome. Supuse que habría momentos en los que tendría que seguir el diálogo original del libro. ¡Qué pesadilla! —Bien, yo te esperaré a las siete en punto. No vayas a dejarme plantada de nuevo— Oh, tú lo harás quise decir, pero eso no importaba ya. (...) Eran las siete y media de la noche, Stella y yo logramos llegar a la fiesta en la playa sanas y salvas. La chica se veía super guapa. Nada que ver con las adolescentes de la vida real. Ella parecía universitaria, bueno casi todos en el libro se veían así. Ambas nos bajamos del auto, yo intentaba bajar más y más mi minifalda, se suponía que yo era la amiga fiestera a la moda. Aunque en verdad me sentía demasiado liberal para mi gusto. —¿Estás bien?—me preguntó la castaña al ver que me movía demasiado. Le sonreí. —Por supuesto, ahora vámonos. Porque hoy es noche de sexo— Che Diavolo, qué diablos. Los diálogos de Mina eran tan superficiales. Caminamos por la orilla de la playa hasta que escuchamos la música retumbar por todo el lugar y al grupo de chicos bailando alrededor de una fogata. Me quedé admirada, jamás había visto esto en vivo y a todo color. Tan solo lo había escuchado de mis compañeros de escuela. —¡Vamos a bailar!— le dije empujándola en dirección al grupo para olvidar mi triste vida social. Todos se divertían, notablemente. Yo intenté hacerlo, pero los nervios me carcomían entera. El fin estaba cerca, literalmente. De pronto, sin pensarlo, mi cuerpo comenzó a moverse como si fuera una experta. Era como si la verdadera Mina tomará control sobre el. Entonces pasó, un chico con chaqueta de futbolista, alto, de cabello n***o y sonrisa de revista comenzó a acercarse a mí. Era el deportista. Maldita sea. Era hora de huir. Con dificultad comencé a mover mis piernas fuera del lugar. No quería morir, no señor. Mis piernas de sentían realmente pesadas era como si no quisieran irse. Comencé a golpeaas fuertemente. —Vamos, no me hagan esto— chillé. —Hola Mina— la grave voz del tipo hizo que me estremeciera. Esto estaba mal. Yo me giré. El tipo tomó mi mano y me arrastró lejos de la fiesta. Yo sin poder hacer nada lo seguí. Esto era una pesadilla. Ya estando a una distancia considerable, detrás de unas rocas, el tipo tomó mi cintura atrayéndome hacia él. Iba a besarme. NOOOOO. ESTE IBA A SER MI PRIMER BESO. Alejé mi cabeza, al menos eso si podía hacerlo. El tipo intentaba besarme pero yo me movía evitando sus ataques. —¿Qué rayos te sucede?— me preguntó. Yo quería llorar. Mis piernas no querían ceder. No quería besarlo. De pronto, sin darme cuenta mis lágrimas ya estaban resbalándose por mis mejillas y en un parpadeo un puño hizo que el deportista cayera al suelo. Cubrí mi boca con mis manos asustada. ¿Qué había sido eso? Temblando por la sorpresa me giré lentamente para ver al responsable de aquel golpe. Abrí mis ojos de par en par al ver a Leo respirando agitadamente. —Si una dama llora ante esta situación es una clara señal de que la están obligando a hacer algo que no quiere ¿O me equivoco?— lo último lo dijo mirándome. Aún anonadada asentí. Leo tomó mi muñeca y me arrastró fuera de ahí. No entendía en absoluto lo que estaba pasando. ¿En verdad Leo era un caballero con todas las damiselas en peligro? Si era así, pues no era tan tonto. Al ver que Leo me arrastraba a donde se encontraban todos los autos me detuve. El giró a verme. —¿Qué haces?— preguntó juntando sus cejas. —¿Tú qué haces? —¿Qué no ves? Te llevaré a casa— ¡Ni hablar! —No será necesario. Deberías regresar a la fiesta. Yo puedo sola— me solté de su agarre. El aún no quitaba aquella mirada furiosa que tenía. Tragué duro. —Quiero decir, muchas gracias por haberme salvado pero creo que me sentiré mejor si regreso a casa sola. ¿Podrías buscar a Mina y llevarla a casa?— su mirada de suavizó. Si señores, a esto se le llama estrategia. —Bien— dijo fríamente y luego se fue. Stronzo. Suspiré y luego vi el celular. A todo esto, eran las ocho y diez. Tenía poco tiempo. Hice una llamada rápida a Dylan, no sabía si estaba en esta fiesta o en otro lado. —¿Qué sucede?— el sonido de la música se escuchaba al otro lado de la línea. Preparé mi voz para que me oyera fuerte y claro. —Hay una emergencia, debemos ir a casa.— se quedó en silencio unos momentos. —Llegaré en diez— dijo serio y cortó. Hice una cara de sorpresa al notar que él me había hecho caso. Raro. Así que corrí al auto, lo encendí y finalmente me fui de ahí observando desde la lejanía el hermoso mar, los frondosos y verdes árboles y la noche estrellada que nunca más volvería a ver en este mundo.
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