Capítulo 4: Boom

1275 Words
Al llegar a casa noté que ninguna luz estaba encendida. ¿Dónde rayos estaban los papás de Mina? Abrí el garaje y metí cuatro bolsas de dormir en el portaequipaje y luego saqué una manta para resguardar el auto si es que se podía. Recordé que el apocalipsis era el resultado de una bomba radioactiva causando mutaciones y la extinción de varias especies. Terrorífico. Al dejar el auto cubierto con una manta ignífuga que conseguí —«robé»— de una construcción de camino a casa, me apresuré a entrar. En efecto, no había nadie. Encendí las luces para luego dirigirme al sótano. Una vez ahí, intenté con todas mis fuerzas mover un librero que estaba pegado a una pared hasta el fondo del sótano. Al lograr moverlo con dificultad, una puerta se abrió dándome la visión de unas escaleras que conducían más abajo. Era el búnker. Dejé la puerta abierta y subí a recoger todos los alimentos de la alacena. Barras energéticas, galletas, sopas instantáneas. Busqué todos los recipientes disponibles para llenarlos de agua y lo bajé todo con dificultad. Habían por lo menos unos treinta escalones hasta abajo y demasiado altos. Al llegar abajo, un pasillo estrecho se abría camino de lado izquierdo. Seguí la ruta y finalmente llegué al refugio. Era más o menos de seis metros cuadrados, pequeño pero con el suficiente espacio para resguardarnos. Habían dos camas, una en cada lado, pegadas a las paredes. Bueno, dos de nosotros debía dormir en el suelo pero eso era lo de menos. Subí de nuevo para ir por unas cuantas mudas de ropa y una mochila de emergencia. Guarde ropa interior, cepillo, lámpara, alcohol, vendas, antibióticos, un par de sudaderas, un pantalón y toallas sanitarias. No sabía porque en estos libros omitían tan importante objeto. Era como si el período de las protagonistas se desvaneciera durante el apocalipsis. Momento, tal vez si pasaba eso. Negué con la cabeza y las metí, mejor prevenir que lamentar. Finalmente cambié mi ropa por algo más cómodo, tenis, pantalones, una blusa de manga corta y una chumpa. Luego bajé encontrándome con Dylan. —¿Qué pasó?— preguntó agitado. —Debes preparar tu mochila de emergencia. Ahora— el frunció el entrecejo. —¿De qué hablas?— —Dylan, el fin del mundo comienza en pocas horas y debemos sobrevivir. —¡Dios Mina! ¿Me hiciste venir sólo por tus locuras? Llamaré a la clínica, hermana estás peor de lo que pensé.— Me crucé de brazos, esto no estaba funcionando. Hice una mueca. —Te daré quinientos si haces todo lo que te digo— guardó su celular y se acercó a mí. —Mochila de emergencia ¿Cierto?— asentí. El dinero siempre funcionaba con los hermanos. Eso hacía yo con Mel. Diablos, la extrañaba. —Busca ropa que te ayude tanto en el calor como en el frío— le dije y el comenzó a subir las escaleras, entonces recordé que los señores Stevens no estaban. —¿Dónde están mamá y papá?— —No lo sé, mencionaron algo sobre una cena— asentí y el siguió su camino. Saqué mi celular y les marqué. Nada. No respondían. Me estaba poniendo nerviosa. No sabía dónde buscarlos ni siquiera conocía el lugar. No sé cuántos minutos pasaron mientras pensaba en ello cuando Dylan bajó vestido con ropa cómoda y una mochila. —Ayúdame a bajar las cosas que deje en la cocina— asintió. Yo lo guié al sótano y en el momento que pasé bajo el marco de la entrada del búnker el se detuvo. —¿Qué rayos es eso?— yo lo miré. Lo había olvidado, de nuevo. Mel me había mencionado que la familia desconocía este búnker. Stella lo había hallado el día que comienza su viaje junto a Leo en busca de alguna señal de vida y lamentablemente no había ninguna. Respiré. Ahora eso cambiaría. —Es un búnker, vi una vez a papá abriéndolo— mentí mientras bajaba las cosas. Supe que Dylan estaba sorprendido al escuchar eso. Dejamos todas las cosas abajo y Dylan palideció. —Esto es terrorífico. —Nos salvará el pellejo, coopera.— el negó con la cabeza se veía aterrado, comprensible ya que su hermana estaba actuando de manera muy anormal desde su punto de vista. —Creo que esto ya fue mucho Mina, llamaré a la clínica— —¿Y tú dinero? —¡Me preocupa más la salud de mi hermana!— me gritó y comenzó a alejarse. Yo respiré hondo, no creí que tenía que llegar a esto. Tomé un palo que se encontraba a mi lado y le di un golpe en la cabeza dejándolo inconsciente. —Perdón Dylan— susurré un poco asustada por lo que había hecho. Con cuidado revisé si respiraba y todo estaba bien excepto porque estaba sangrando. Maldición. Tomé unas vendas y lo curé, luego con mucho esfuerzo lo dejé en una de las camas y lo cubrí. Me senté frente a él. Miré mi reloj. Eran las diez de la noche, a ocho horas del apocalipsis. Suspiré. Esto me estaba volviendo loca. Sólo esperaba que mi plan no fallara. (...) Eran las cinco con cincuenta de la mañana y los padres de Mina no habían aparecido, por suerte Dylan tampoco había despertado. Me levanté y subí las escaleras hasta la entrada principal y no había rastros de los señores. Me mordí la uña de mi pulgar ansiosa. Saqué de nuevo el celular y los llamé. No había señal. Comencé a hiperventilar nerviosa. Yo me había prometido salvar a la familia de esta chica y si no lo lograba mi corazón no lo soportaría. Pasaron otros minutos y cuando sentía que todo estaba perdido, ellos aparecieron en su auto. El sol ya estaba saliendo y eso me ayudó a reconocerlos. Ellos bajaron del auto con una expresión llena de preocupación en su rostro. —¿Qué haces afuera?— me preguntó el señor Stevens. —Me alegra que vinieran. Debemos refugiarnos ahora— miré mi reloj. Quedaban tres minutos para las seis. —¿Qué estás diciendo cariño? —¡Debemos ir al búnker!— exclamé. —Cálmate cariño —Mamá, papá que bueno que ya vinieron. Deben llamar a la clínica, Mina me hizo esto— apareció Dylan señalando su cabeza herida. —¡Santo Dios!— exclamó la madre. Yo estaba a punto de explotar. Nadie me estaba haciendo caso. —Iré por el número— dijo el padre saliendo de la casa. —¡No! Regrese— la señora Stevens y Dylan me agarraron para que no me moviera. Yo intenté zafarme de ellos pero no pude hasta que mi alarma en el reloj sonó. Eran las seis. Todo pasó muy rápido. Se escuchó una sirena en todo el lugar, el cielo comenzó a tornarse de un color extraño y bolas de fuego caían de él, además la temperatura estaba aumentando. Un cachorro pasó olfateando mis pantalones y lo primero que hice fue cargarlo. La señora Stevens reaccionó también y nos guío hasta el sótano —Iré por su padre. Entren al Búnker— nos dijo antes de regresar a la calle. NO. Le di el perro a Dylan. —Iré por ellos, métete— el negó con la cabeza. Yo debía traerlos, lo había prometido, era mi deber. Una lágrima se derramó por mi mejilla y entonces, antes de poder dar un paso escuché el gran boom, el sonido de la muerte. Dylan jaló de mi hasta el búnker y cuando apenas bajábamos las gradas, la fuerza de esa explosión nos lanzó por los aires dejándome inconsciente.
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