Cuando íbamos de regreso, Matías tomó una ruta distinta y llegamos al centro de la cuidad, nos acercamos a un pequeño puesto y compramos mango con limón, sal, chile y pimienta. La combinación sonaba a un muy buen dolor de estómago así que lo probé gustosa, Matías no pudo evitar reír al observar mi expresión. — ¡Dios, acabo de morir e ir al cielo!— Los dos nos reímos. — Al menos te devolví la sonrisa.— Limpio la comisura de mi labio— Vi como te miraba. Froté mi cuello y luego lo solté. — Es mi ex. Ahora debe de estar creyendo que le engañé como él conmigo. — Lo siento. — No... Ya sabes, da igual, solo que tiene ese efecto de ser un gilipollas e incomodarme al máximo. Caminamos por el pueblo conversando por ratos y en silencio por otros. — ¿Y mi primo?— soltó de la nada. — Mi pri