MARIE VÉLEZ alzó la esponja, la apretó y dejó que el agua maravillosamente fragante cayera sobre sus hombros y sobre sus pechos. Según decían, la muerte y los impuestos eran las dos únicas cosas seguras en la vida; pero Marie pensó que había una más, algo que tampoco fallaba nunca: el teléfono sonaba en cuanto alguien se metía en un baño caliente. Como estaba sonando en ese momento.
Pero afortunadamente, esta vez no tendría que salir del agua a toda prisa y alcanzar una toalla, porque no era su teléfono. Cabía la posibilidad de que fuera Lilian y quisiera saber si todo iba bien: pero de ser así, dejaría un mensaje en el contestador. Y más tarde, cuando Marie se hubiera bañado y hubiera comido, le devolvería la llamada y volvería a darle las gracias a su hermanastra por haberle dado asilo temporal en su casa sin hacer demasiadas preguntas.
Sin embargo, Marie estaba absolutamente segura de que cuando Lilian regresara el domingo por la noche, querría saber por qué había perdido el trabajo de sus sueños. Su hermanastra le sacaba tres años, y como sus padres se habían jubilado y ahora vivían en un chalet de Portugal, se había tomado muy en serio su papel de hermana mayor. Pero le preocupaba la perspectiva de tener que darle explicaciones.
En cuanto se librara del cansancio y del caos de las últimas veinticuatro horas, podría pensar con claridad y afrontar el fin de semana como una oportunidad excelente para empezar a hacer planes y ser positiva. Por supuesto tendría que esperar hasta el lunes para averiguar si todavía un empleo en la agencia o si la amenaza de su ex jefa había dado frutos; pero en cualquiera de los dos casos podría empezar a buscar un sitio para vivir. Aunque se sentía muy cómoda en la casa de su hermanastra, necesitaba retomar su camino y recuperar su independencia tan pronto como fuera posible.
Miro a su alrededor y volvió a quedar extasiada con la belleza del lugar. El cuarto de baño, cuyas paredes de azulejo azul la hacían sentir como si estuviera en un mar cálido y Lejano.