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3050 Words
Él era lo que yo no necesitaba. Mamá tampoco necesitaba de ese tipo (o eso es lo que yo pensaba) pero ahí estábamos, hundidas en la guarida del monstruo. Hubo momentos en los que yo misma no sabía el porque de estar viviendo tantas cosas innecesarias, era mi corazón quien pagaba las facturas del dolor que a mi alma destrozaba y siempre tenía el sentir hecho pedazos. Ahora todo eso estaba muy lejos de mí, todo eso que me destruía ahora es solo un fundamento de lo que soy en el presente. ¿Que planes tenía en esta vida? Lo más curioso de mi presenté era que él, este chico que estaba frente a mí no dejaba de insistir con sus invitaciones. ¡A veces sentía que Édgar estaba siendo demasiado insistente! —¿Quieres oír música entonces? —su mirada era curiosa. Aunque acababa de rechazarlo varias veces, él era persistente. Era como si este muchacho sintiera curiosidad por saber de mí, percibí que quería conocerme. Desde que yo aparecí en esta casa no ha dejado de mostrarse amable para conmigo, una chica que es completamente desconocida. ¿Debería seguir siendo indiferente con su interés? —¿Por qué no solo me invitas a platicar contigo? Eso es lo que quieres ¿no? Él se sorprendió por mi respuesta. A veces solía ser muy directa. —Si. Me gustaría platicar contigo. —¿Te gustaría? —le pregunté sonriendo. —Es decir, quiero hablar contigo. Ahora la cosa cambiaba. Él estába hablando de algo que quería. —Pues me parece bien tu invitación. Sus cejas se enarcaron de forma curiosa, quizá no esperaba a que yo le fuera a responder de esa forma. —¿Te parece a las siete de la noche en nuestros balcones? Una invitación a conversar con alguien. ¡Muy chido la neta! Me pareció una buena idea de parte de este chico. Supongo que así debe ser, primero conocernos, platicar, hacernos amigos y después que venga lo que tenga que venir. ¡Sus ojitos miel y limón! De pronto se me antojó una paleta de sandía con chile. —Está bien. Te veo a las siete. Di unas palmaditas suaves en su hombro derecho, parecía feliz por mi tacto sobre la tela de su playera. Yo me sentía bien al intentar dejarlo entrar en mi vida. *** A las siete de la noche, él salió a su balcón. Cuando me vió, noté su semblante sorprendido. ¡Yo había llegado a las seis treinta! La ganadora fui yo en llegar primero, dentro de mi boca el dulce de mi paleta era delicioso, sandía con chile. ¿Haz probado esas paletas? Me compre unas cuantas en el Walmart. ¡Son lo mejor! —¡Hola de nuevo! —hablo él. Se había recargado contra el barandal de su balcón. Yo estaba sentada en el suelo, leyendo el diario de Don Pedro, disfrutando mi momento y Daniel Osorio cantando desde mi móvil. —Hola Édgar. Le saludé, alce mis ojos por unos segundos. —¿Que haces? —Estoy leyendo un libro muy peculiar. Ya casí termino esta parte. Cerré el cuaderno. —¿Que libro es? ¿De que trata? —Es un diario personal —sus ojos parecían demasiado sorprendidos—. ¡Si ya se! Los diarios no son para leerse de forma ajena al escritor! Pero a penas me lo dieron y sentía curiosidad por saber más sobre el escritor. —¿Quién es el escritor? Hice que mis ojos se cruzaran con sus ojos y sonreí. La luz de su balcón hacia que su piel resplandeciera. —Era de un ser querido. Él falleció recientemente. Note un poco de incomodidad en su rostro, cómo si su pregunta hubiese sido mala. —Lo siento. ¡No debí preguntar eso! A veces hago demasiadas preguntas, no pensé... Me reí ligeramente. —¡Tranquilo! Si debiste preguntar. No es malo hacer preguntas. Si no ¿cómo podríamos conocernos entre seres humanos? Además tu dijiste que querías conocerme. ¿Me equivoco? Quería que mis palabras lo hicieran sentir tranquilo. El tono de mi voz tenía sinceridad y un toque de la chica fuerte que yo intentaba ser. —¡Tienes razón! Asentí. —Y Édgar, ¿cuántos años tienes ? —Veintitrés. ¿Y tú? —Dieciocho. No era mucha la diferencia. —¿Y qué te parece este lugar? ¿Te gusta? —Pues la verdad es muy grande. Bastante diferente a mi casa. —¿Y te gusta? —Pues un poco. Aquí, mi habitación es mucho mas grande. Yo solía dormir en un cuarto pequeño y nuestra casa era lo necesario para nuestra vida, tanto para mi abuelito, cómo para mí. El hablar sobre mi vida me hizo sentir un poco mejor, cómo si estuviera desahogando mis emociones porque admito que yo misma me estaba obligando a ser fuerte. ¡Ella me lo había pedido así! —¿Cuántos años tiene tu abuelito? —Setenta. —¿Lo extrañas? —Si. La verdad si, pero se que ahora él está bien. No le dí más detalles. No le dije que él era mi ser querido que había perdido la vida y tampoco le dije que él era el escritor del diario que yo estaba leyendo. ¿Leerías el diario de un muerto? ¿La razón? —Dale mis saludos cuando hables con él. Asentí. Mis manos sostenían el cuaderno, era momento de cambiar de tema. —Y bueno, ¿que hay de ti? Escuché que también eres visitante como yo. Hizo una mueca chistosa, cómo si sonriera. —Si también estoy de huésped en esta casa. Verás, yo decidí pasar la cuarentena con tu familia por qué mi casa es muy grande cómo para pasarla sólo. Manuel es amigo mío, estamos en la misma clase y me invitó a pasar este encierro con ustedes. Me causo curiosidad saber que estaba solo. —¿Estás sólo? —Si. Yo vivo del otro lado del fraccionamiento, pero mi familia ya no es. —¿Y eso? ¿Estaba siendo muy metiche con él? ¡Supongo que no! Nos estábamos conociendo y preguntar era parte de ello. —Fui hijo único. Hace años que mis padres se divorciaron yo tenía trece y desde ese tiempo vivo disque con mi papá, pero él nunca está. Su mirada era nostálgica. ¿Aparentaba fortaleza? Este chico estaba lleno de emociones, sentimientos no desahogados; pude notarlo. —Creo que a veces, las personas somos tan egoístas que nos olvidamos de que los corazones también se alimentan con bondad —hice una pausa—. Que bueno que estás aquí, en este lugar he visto que hay muchas personas que pueden hacerte compañía. ¡No estás solo! Le sonreí, quería que se sintiera animado. Asintió. —¡Tienes razón! Por eso es que vine. A demás Regino es un buen padre de familia, también me ve como su hijo. Uno de mis hermanos, Manuel apareció en el balcón de Edgar. Este chico vestía una bermuda y una playera de tirantes color n***o. —¡Hey! Perdón que los interrumpa, pero la cena ya está lista. Nuestra cita para platicar se vio interrumpida en ese momento. Los tres bajamos al comedor. Allí estaban todos, sentados cenando y parecía que la pasaban bien. De pronto me di cuenta de que yo no tenia hambre. ¡Que chistoso! Todo por estar comiendo dulce. Aún así, esta vez me senté junto a Edgar, Lalo me miraba desde su lugar y parecía que la molestia era algo que él no podía ocultar. —Oye, el bochito qué está afuera ¿es tuyo? —me preguntó Darío. —Ah. No es de un amigo, solo que él salió de viaje y me pidió que se lo cuidará. Mi hermano asintió. —Esta bien chido. ¿Podríamos darnos una vuelta? —Quizá. Yo creó que si. ¿A dónde quieren ir? —¡Nomás aquí! Al parque del fraccionamiento. No está muy lejos. —Vale pues, deja ir por las llaves. —¿No vas a comer? —me preguntó él de forma preocupada. Sonreí. —La verdad es que no tengo nada de hambre ahorita. Comí demasiado hace rato. —Ah bueno. Está bien. ¿Y que más puedo decirte? De pronto me sentía agotada, muy cansada y la pesadez aparecía en mis piernas mientras subía las escaleras. Si mi historia te está aburriendo, no continúes más conmigo.¡Búscate a alguien que no te aburra! ¿De acuerdo? Al terminar la cena, acompañé a Darío junto con Manuel y Édgar. Darío conducía, yo iba en el asiento del copiloto y era chilo estar con ellos aunque, de pronto pensé en el dueño de este vehículo, estar sin Luís era algo que comenzaba a extrañar. Carlos y Miguel nos alcanzaron después en el parqué. Estaba vacío, no había absolutamente ningún alma a esa hora y las farolas eran las únicas estrellas que esté lugar podía tener. ¡En el cielo de la ciudad no hay estrellas! Nos sentamos al pie de la fuente y Miguel saco de una mochila una reserva de cerveza para todos. —¿Tú tomas? —me preguntó Miguel—. Trajimos jugo de mango si gustas. Parecía que en este momento iba a convivir con mis medios hermanos. ¿Gustas una cervecita? —Tranquilo. Si se beber alcohol. Les hice reír unos segundos. Y bueno, no era raro estar rodeada por estos hombres. ¡No para mí! Mis medios hermanos parecían ser buenos sujetos. Comenzaron a platicar sobré cómo les había ido en estos meses. Los casados hablaron de su vida en sus diferentes momentos y los solteros hablaban de la universidad. ¿Que podría hablar yo? —Que lástima que Eduardo sea un berrinchudo —dijo Miguel. Ahora el tema había cambiado a mi hermano menor. —¡Esta muy mal ese chico! —dijo Darío. —Papá lo ha consentido mucho —añadió Carlos—. Le da todo, no lo reprende cuando se porta mal y que más puedo decir. ¡Se porta como vieja caprichuda! De pronto todos se giraron a mirarme. Su gesto me sorprendió. Yo estaba terminando de beber un poco. —Estuvo bien chido cuando le lanzaste el cuchillo —habló Manuel. Los demás confirmaron con sus halagos. —¿Tomaste clases? —me preguntó Édgar. Di un trago a mi cerveza. —No realmente. Tutoriales en YouTube, un tiro al blanco y pura práctica con mi amigo. ¡No era verdad! Ella me había enseñado más que cualquier otra cosa. ¿Debía mencionarla? Supongo que no tendría caso hablar de alguien que me pidió alejarme de su corazón. —¿En serio? ¿Solo así aprendiste? —Darío parecía sorprendido. —Si. Así aprendí. Obviamente al principio me costó un buen, pero con la práctica pude mejorar mi puntería. —¿Y siempre cargas tu cuchillo? —preguntó Carlos. Sonreí. Ligeramente subí la tela de mi pantalón, en mi tobillo, allí estaba mi preciado cuchillo. Lo saque con calma y finalmente se los mostré. —Regularmente siempre salgo con el, es como una costumbre. Uno nunca sabe cuándo pudiera llegar una situación complicada y aún si estuviera sola; puedo intentar defenderme. Ellos no evitaron demostrar su sorpresa. ¿Que pensarían ahora mismo de mí? —¡Que bueno que siempre estás protegida! Un silencio apareció de repente, bebí un poco más de cerveza; noté que ellos se miraban entre sí, como si tramaran algo. Darío rompió el silencio al final preguntándome algo. —¿Y que opinas de todo esto? Es decir. Sobre papá y... bueno... Intentó buscar las palabras adecuadas. ¿Cuál era la forma adecuada para preguntar sobre mi sentir? Sonreí. —Siento que estoy en un momento donde la vida está cómo dándome cierto tipo de sorpresas que parecen irreales. ¡La neta aún no puedo creerlo! Y siendo sincera, no puedo creer del todo que un hombre como Regino sea mi padre. Algunos asintieron. —Papá te ha estado buscando desde hace un año y es un hecho que no había día en que no hablara de ti. ¡Creo que el siempre supo que tú eras su hija! Eso me sorprendió demasiado. ¿Él sabía? ¿Por qué nunca fue a buscarme? ¿Por que nunca nos ayudó? ¡Realmente la pasábamos mal! Guardé mi cuchillo y trate de meditar en sus palabras. —¿Ustedes ya sabían de mi? Varios asintieron. —Te digo que nos enteramos hace un año —dijo Carlos. Me sorprendió muchísimo todo ese tiempo. ¡Un año! ¿Y por qué yo no sabía? —¿Y ustedes que sintieron? —les pregunté. —La verdad, un poco de curiosidad y asombro. O sea porque se suponía que había una hermana por ahí y ahora estás aquí. ¡No creas que estamos molestos! Mamá dejo a papá hace trece años, se fue con uno que era amigo de la familia. Por eso, la noticia de que teníamos una hermana no nos cayó como balde de agua fría. Pues para mí, está noticia si era agua fría. Te imaginas vivir con la idea de que solo son tu madre y tú; sin querer un día como cualquier otro un hombre parece en tú vida y te dice que es tu padre. ¿Como te sentirías? —Pues al menos ustedes ya sabían de hace tiempo, yo apenas me enteré está semana. ¡Cañón! —¿Cómo te enteraste? —Regino fue a mi escuela y mi mamá también. —Y tú madre, bueno, ¿ella nunca te dijo...? Mamá no fue capaz. Siempre trataba de evitar mi pregunta. —¡Nunca! Eduardo no se equivocó, mamá si es una prostituta y bueno, ella nunca estaba en casa. En realidad nunca hablamos, yo me distancie de ella. El silencio volvió de repente. —¿Vivías con ella? —No. Desde hace un año que ya no vivimos juntas. Vivía con mi abuelito, pero lo asesinaron esa noche de la cena, cuando lance el cuchillo; ya saben la gente mala. Y bueno, por eso es que estoy aquí. Por qué Regino pensó que estar con él y todos ustedes era lo mejor para mí en estos momentos. ¡Que aparentemente estoy sola! Pero yo no me siento sola. Todos se disculparon y me dieron el pésame. Édgar se me quedó mirando, tal vez recordó la conversación que tuvimos en el balcón y ahora conocía algo más de mí. —¡Tranquilos, son cosas de esta vida! Si ustedes supieran, estoy acostumbrada a ese tipo de cosas. Noté miradas compasivas hacia mí. —¿Estás acostumbrada a las cosas que duelen? —preguntó Edgar. —No. Estoy acostumbrada a las cosas que destruyen. Esas siempre han estado conmigo; por eso les digo con todo el corazón que son muy afortunados todos ustedes de haber sido criados por un padre que a pesar de cometer sus errores, los quiere demasiado. Sonreí. Bebí lo último y terminé mi cerveza. —¿De verdad todo iba tan mal en tu vida? —preguntó Manuel. Todos lo miraron a él. Darío le dió un golpe en el hombro. —¿Realmente quieres saber sobre mi vida? Asintió. Édgar también y no dejaba de mirarme. —Pues, te contaré sobre mí. La prostituta que mi madre es, es la misma prostituta que un día fui yo. ¿Acostarme con hombres? ¡No precisamente! —¿Has tenido sexo con alguien por dinero? —les pregunté. Los demás se sorprendieron—. No respondas, sólo escucha, por favor... La primera vez que el cuerpo de un hombre estuvo sobre mí, el terror invadió mi ser. La última vez que estuvieron adentro de mí alma, mis senos lloraron a tempestades sus sufrimientos. Las mayoría de los lectoresas son tan absurdos, buscando sexo literario, imaginado el sexo masculino y el femenino sacudiéndose en tantas sensaciones, al final todo eso sí existe en esta vida; ahora la gente solo busca complacer sus deseos de forma muy egoísta. ¿Pero a qué consecuencias? ¿A que remordimientos? La vida de una persona no debe ser definida por cuantos orgasmos ha tenido, el sexo se ha degradado al punto en qué las personas nos hemos convertido en simples objetos, juguetes, piezas desechables. ¡Que tristeza cuando me llamaban mujerzuela! —¡No quiero! —le rogué a mamá. —¡Lo sé querida! —me dijo— ¡Pero no tenemos opción! Entonces ella salió de mi habitación, era de noche, casí las doce en punto cuando ella se fue de mí. La luz estába apagada, el motor de su auto comenzó a rodar y el hombre se apresuró a entrar. Olía a cigarro, y su aspecto era de un hombre no muy maduro. Se acercó a mí, su aliento apestaba a alcohol y su boca comenzó a dibujar el deseó que su cuerpo proyectaba. —¡Ven aquí! —ordeno él. Se dejó caer en la cama. Desabrochó sus botas. Me besó fuerte, me tocó desprevenida y mi cuerpo se movió sobre una carretera llena de baches. El semáforo era fuerte, de metal duro y mi ser estába rompiéndose como el cristal. ¿Que cabeza tenía yo para estar en esta situación? ¡No me juzgues antes de tiempo! Sus manos comenzaron a viajar por mi piel. La tela se esfumó y sus ojos brillaron cuando mí brasier apareció. Sus pulgares comenzaron a subir hasta las coronas de mi piel y mis caderas continuaban por la carretera en mal estado. Otro semáforo apareció. Lo sentía. Desabroché su cinturón, le quité la camisa y había un pecho excitado con bello abundante. Me estaba besando, su boca sobre mi boca, su olor sobre mi olfato y su sabor adentró de mí. —¡Buena chica! —susurró él. ¿Que imaginas que ocurrió después? Si tú mente es perversa y el pudor de tu alma murió con tu sonrisa, entonces te pido que continues con esta maldita escena literaria. ¡No fuí capaz de hacer todo lo que mi mamá había querido que hiciera! "Hoy nos han convertido en objetos, mañana somos simples juguetes y la vida se vuelve vacía para algunos cuantos que cargan con un pasado crudo".
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