Elaine Tolley y Nicholas Weyler. ¿Quién lo diría, no?
Las vídeo-llamadas, mensajes y post en f*******: iban desapareciendo de a poco. Tras la llegada de Elaine a Nueva York, ella y Nick prometieron seguir su relación. ¿Por qué? Porque se amaban, claro.
Pero con el paso de los meses, fueron perdiendo contacto. No se veían, estaban ocupados en cosas importantes. Era como si el universo conspirara para alejarlos más y más. ¿Cinco meses sin verse ya?
Se acercaba Navidad y no se habían visto ni una sola vez. Elaine extrañaba a su novio, pero no tenía tiempo de decírselo, la universidad intensiva era muy, bueno, intensa. Y Nicholas por su parte, extrañaba a su novia, pero Oxford era demasiado exigente como para permitirse el lujo de tener una relación, incluso a larga distancia.
Atrapados en dos continentes distintos, con vidas agitadas y ocupadísimas.
Simplemente, las cosas no daban para más.
Nicholas hizo la llamada que le costaría la relación de su vida.
Elaine sintió su teléfono vibrar en sus pantalones.
“Por fin” se dijo a sí misma. Tenía cinco minutos para hablar con Nicholas antes de que empezara la clase.
- Nick – suspiró.
Del otro lado de la línea, Nicholas tragó saliva.
- ¿Estás demasiado ocupada? – preguntó sin rodeos. Ella frunció el ceño…
- No. ¿Pasa algo? Hace una semana que no sé nada de ti.
- Verás. He estado muy ocupado, hay exámenes antes de Navidad, he estado con la cabeza metida en los libros.
- Ya veo – ella hizo una mueca. ¿Por qué Nick sonaba tan distante? Se preguntó.
- No creo que te llame… en un tiempo – musitó él, tomando sonoramente, mucho aire.
- ¿No crees…?
- Exacto. Estaré ocupado.
- Pero… encontrarás tiempo, siempre lo haces – a Elaine le tembló la voz.
- Elaine. No te llamaré otra vez. ¿Entiendes? – Nicholas cerró los ojos y apretó el bolígrafo que tenía en la mano izquierda. También le dolía estar diciendo eso.
Elaine, por otro lado se quedó mirando el pupitre vacío que tenía enfrente.
“No Nick… por favor no lo digas.” Suplicó en su interior.
- ¿Te puedes explicar por favor? – reprimió una lágrima. Ella sabía que estaban mal, pero le dolía tener que admitirlo, porque lo amaba, independientemente de que no se vieran nunca en meses, y de que las llamadas fueran escasas.
- Estoy terminando contigo. No me lo hagas más difícil – suspiró él.
- Ah – la mano izquierda de Elaine se convirtió en un puño tembloroso – ¿Por qué?
- ¿Enserio quieres que te diga? No seas masoquista, Elaine. Dejemos esto aquí, ¿Quieres? Espero que estés bien y que Juilliard sea lo que esperabas. Dale saludos a Kath de mi parte, adiós.
Cortó.