Puntualidad

1049 Words
Narrador Alexandria Rosendo Dicen que los seres humanos somos los seres más preparados para sobrevivir en este ecosistema, nos las hemos arreglado para avanzar ante toda adversidad, algo que llamamos, actualmente, resolución de problemas. No obstante, no todos cumplimos con ese modelo. Ahí estaba yo, con la vista clavada en el rostro de aquella chica que se encontraba, tal parece, gritando y hasta predicando el mal del que me iba a morir. Me he encontrado en este tipo de situaciones anteriormente, oídos sordos, escalofríos y una sensación de temor invade mi sistema; me mantiene alerta. Se llevar este tipo de situaciones cuando surgen de la mano de mis familiares, bien sea mi madre o mi hermana, pero cuando la persona es totalmente o parcialmente un desconocido para mí, entro en el mismo estado de alerta en el que me encuentro ahora mismo. Lo único que puedo hacer, es silencio. —¡¿Quién rayos te crees que eres?! ¡Voy a informar esto a dirección y estarás metida en un gran problema! —dice la chica agitando sus manos y su cabeza mientras me grita. Lucía como una persona desaliñada, con el cabello n***o, liso y alborotado por el viento. Su uniforme, algo sucio por el accidente, se encontraba arrugado, tal parece que no lo planchó antes de salir. Y sus rodillas, sucias, chorreaban pequeñas gotas de sangre que se mezclaban con la tierra que cubría sus rodillas. A pesar del dolor que debe estar sintiendo, ella sigue aquí, expresando su enojo y pesadez. Sus movimientos eran bruscos, como con ganas de estampar su mano izquierda en mi rostro, dejándome una marca rojiza mucho más leve que la marca que le había dejado el accidente. De alguna forma, sabía que no la estaba escuchando; sólo observando. Por un momento, mis oídos permitieron el paso del estruendo que tenía al frente, por lo que, logré escuchar que me iba a acusar con los directivos. La línea que divide mi compostura y la falta de ella, en este momento, era muy fina. Tan sólo escuchar y ver cómo esta persona me expresaba su incomodidad, mi cerebro hacía caso omiso a mi cordura. «No te rías, por favor. Empeorarás todo si lo haces», pienso con una risita intentando escapar de mis labios. —¡No tengo ni la menor idea de quién rayos eres, pero te aseguro que este año lo vas a lamentar niñata! — y como por arte de magia, mi compostura sede a lo grande. Lo que, hace un momento, era una risa inocente, se convirtió en una maravillosa y ensordecedora carcajada que atrajo la atención de muchos, incluyendo a mi mejor amigo que se encontraba observando el espectáculo desde una distancia discreta. —¡Lo siento mucho! Es que dijiste "niñata" y no pude contener mi risa—dije con poco aire en mis pulmones. —¿Cómo te atreves a reírte en mi cara? —dice ella impresionada. —Yo me largo. ¡Alex, cierra la puerta del auto! —dice mi madre apresurada. Ya un poco más relajada, soy capaz de caminar hacia al carro. Cuando me acerco a cerrar la puerta, mi madre me mira, me señala con el dedo índice de su mano derecha, se lleva el dedo hacía el cuello y lo arrastra de izquierda a derecha, como queriendo hacerme saber de qué está situación había acabado con mi estabilidad social en el instituto. —Ni lo menciones—le digo con seriedad en mi rostro. Pasan unos segundos y ella se va, dejándome con la ruidosa y enojada chica de hace un momento. Me volteo a mirarla para ofrecerle una sincera disculpa, pero ella no está allí. Echo un ojo a mi alrededor y tampoco veo a mi mejor amigo. Haciendo caso omiso al asunto, camino hacia la entrada del instituto, paso la gran puerta de madera vieja y me encuentro con que la reja está cerrada. «No. Puede. Ser.» Ahora mismo pienso en mi madre, porque, al final, ella se salió con la suya. —¿¡Hola!?— grito tocando la reja con mis llaves intentando llamar la atención de alguno de los vigilantes para que me abra. Y en efecto, se acerca uno de ellos. —¡Hola! Muchas gracias por escucharme, ¿podría abrirme la puerta? — digo con amabilidad. —Señorita, usted ha llegado a las siete con cincuenta y cuatro minutos. Tengo órdenes de no permitirle el paso a los alumnos después de las siete y media de la mañana. —dice el vigilante. —Yo llegué hace rato, es sólo que hubo un accidente y tuve que resolver el asunto... Por favor, permítame entrar o... Llame algún directivo, por favor. — digo entrando en un estado de ansiedad. Sin decir una sola palabra, el señor se dio vuelta dejándome sola afuera del instituto. Acción que repercutirá negativamente para él. Mientras me escondía el teléfono en la cintura, cuidando de que algún ladrón no me lo arrebatara de las manos, el vigilante se acercaba a la reja con el director del instituto. El señor Luis. —Buenas tardes, señorita Rosendo. Llega usted tarde a la escuela. —dice el señor Luis con un aire de calma que me tranquiliza. —Buenos días, señor Luis. Lamento el retraso, usted sabe que siempre llego tarde, pero es porque vivo lejos... ¿Me permitirá entrar? Este es mi último año, dudo que lo vuelva a molestar. Y al vigilante también. — digo. Al vigilante parece no convencerle mi argumento, pero esto ya ha pasado antes. Cada vez que cambian a los vigilantes de la puerta presento los mismos problemas. Los directivos suelen ser estrictos con sus reglas, con el inalcanzable objetivo de mantener el orden. Y, una de sus tantas reglas, es la puntualidad. A pesar de ello, hasta los mismos directivos, pueden pasar por alto sus tan preciadas reglas. —Estoy al tanto que nada más le queda un año, señorita. Pero, debería mejorar su puntualidad o no logrará graduarse este año. Sería una pena que una estudiante tan aplicada como usted no se graduara por un desperfecto tan básico como la impuntualidad. Piense en eso. —dice el señor Luis mientras abre la reja. —De acuerdo, señor. Gracias. —digo sacando el teléfono de mi cintura.

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