Me levanto temprano, con un plan en mente. Usaré mi antigua relación con Alejandro, sé que no quedamos en buenos términos, pero también sé que le va a sorprender verme aquí. Es algo que no se espera. Y si él no viene, tendré que seducir a su padre. Necesito a toda costa ayudar a que mi padre consiga lo que quiere. Es la única manera de que me tome en serio y me incluya en el negocio, para que se dé cuenta de que sí voy a ser de utilidad.
El primer paso del plan es arreglarme. Es hora de usar esa piscina. Sé que ya llegaron, el ruido de los autos me lo confirmó hace unos minutos. Me pongo un bikini color vino que se ajusta a mi silueta. Mi cabello en una coleta alta, con algunos mechones sueltos. Me hago un maquillaje sutil, enfocado en destacar mi mirada, y un labial suave que hace ver mis labios más carnosos. Me pongo unas sandalias de playa con tacón y mis lentes oscuros en el cabello. Me doy una última mirada en el espejo: mis cicatrices están allí, recordándome lo que viví y que no puedo permitir que ningún hombre vuelva a tomar el control sobre mí.
Ellos deben de estar en el salón principal o en el área de la piscina. De cualquier modo, me verán. Doy un suspiro antes de bajar; mientras más me acerco a las escaleras, más cerca escucho las voces. Entre ellas, hay una que conozco a la perfección. Me detengo, doy un suspiro... que comience el show.
Empiezo a caminar hacia las escaleras, haciendo que mis sandalias taconeen. Me hago la distraída, viendo el teléfono.
—Padre, ¿has visto a Matías? Necesito que me compre algo —empiezo a bajar las escaleras, levanto la vista del teléfono y los veo. Los tres tienen la mirada fija en mí. Mi padre me da una mirada de advertencia, el que supongo es el señor Márquez me escanea con lascivia, y el rostro de Alejandro es un poema de confusión.
—¿Luna? —susurra cuando termino de bajar las escaleras y quedo de pie junto a él. Sonrío levemente antes de intercalar mi mirada entre sus labios y sus ojos.
—La misma —me acerco a su oído para susurrar—, ¿vienes por tu dosis de pasión?
—¿Qué haces aquí? —pregunta, y yo sonrío.
—¿Ustedes se conocen? —preguntan el señor Márquez y mi padre al mismo tiempo.
Les doy una mirada a ambos antes de que mis ojos se fijen en los de Alejandro. —Sí, nos conocemos, y demasiado bien, ¿o no, Alejandro? —susurro mirando sus labios. Él traga en seco.
—Tú y yo tenemos que hablar, Luna —susurra mirándome fijamente.
—Cuando quieras.
—No sabía que tenías otra hija, Isidro, y aunque es bastante parecida a Valentina, déjame decirte que esta es más bella —suelta el señor Márquez antes de estirarme la mano—. Me presento, soy Jonathan Márquez, el padre de Alejandro.
Le doy una mirada, levanto una de mis cejas y sonrío levemente. —Mucho gusto, señor Márquez, soy Luna, y gracias por su piropo, usted tampoco está nada mal —susurro esto último antes de morderme el labio con suavidad—. Ya entiendo de dónde sacó lo guapo Alejandro.
Mi padre me da una mirada rápida. Me acerco a él y, como si le fuera a dar un beso en la mejilla, le susurro: —Me lo vas a agradecer.
Un segundo después le doy el beso y me doy la vuelta hacia los presentes. —Si me disculpan, voy a la piscina, Alejandro, si quieres puedes venir.
Empiezo a caminar moviendo mis caderas de un lado a otro con sensualidad. Siento la mirada de los tres quemando mi espalda. Segundos después, escucho unos pasos detrás de mí.
Llego a la piscina, todos los guardias se dan la vuelta, sus miradas fijas en mí. Matías, que está supervisando, se acerca a mí, sus ojos escaneando mi cuerpo disimuladamente, me imagino que por Alejandro.
—Señorita, ¿me regala un segundo de su valioso tiempo? —dice con seriedad. Asiento y lo sigo a una esquina un poco más apartada de la piscina.
—Dime, Matías —susurro dándole una mirada.
—Está más guapa hoy que nunca —susurra con la voz grave. Sonrío levemente—. Su padre me manda a decir que se comporte, que por favor no ponga en riesgo este negocio.
—Dile a mi padre que no le voy a poner en riesgo ningún negocio, al contrario, le voy a asegurar muchos más —le doy un guiño antes de darme la vuelta.
Me quito las sandalias y me encamino hacia la piscina. Alejandro me queda viendo fijamente mientras ingreso al agua con paso lento.
—Luna, tenemos que hablar, ¿o aquí también piensas ignorarme? —sentencia, acercándose a la orilla.
—No, no te pienso ignorar. Si quieres hablar, vas a tener que entrar al agua conmigo —susurro y me muerdo el labio—. Quítate toda esa ropa y entra aquí con toda la confianza del mundo, no es como si no te hubiera visto así, ¿cierto?
—Estás loca si piensas que me voy a meter en la piscina solo en bóxer
—Eso se arregla rápido entonces —siseo antes de mirar hacia Matías nuevamente—. ¡Matías, consíguele al señor un short de baño, por favor, y es para ayer, muévete! —grito con fuerza. Matías da un sobresalto antes de salir disparado hacia la mansión.
—¿Estás loca, Luna? ¿Qué se supone que haces aquí dando órdenes como si fueras la dueña?
—Porque soy la dueña, Alejandro. ¿Acaso no escuchaste que soy la hija del socio de tu padre?
—La única hija que él tenía era Valentina —sisea enojado.
—¿No te parece que soy un clon de ella como para que dudes de nuestro parentesco? —digo con sarcasmo.
—En eso tienes razón, pero sigo sin entender dónde estabas, nunca te habíamos visto aquí, y eso me lleva a otra pregunta.
—Porque viví toda mi vida en el extranjero, y ya sé tu otra pregunta: trabajaba en el club porque me gustaba, no por dinero. Todo lo que hice allí fue por gusto, no por necesidad —sentencio con una leve sonrisa de superioridad. La cara de Alejandro es un poema.
—Quería disculparme contigo por cómo me comporté... yo no sabía lo que te había pasado —dice al fin. Justo en ese momento, llega Matías y le entrega los short
—No te preocupes, ve a cambiarte, y hagamos como que nada de eso pasó. Ya lo superé, y no me importaría recordar viejos tiempos contigo, mi Ale —susurro con picardía, mis ojos fijos en los de él. Relamo con suavidad mi labio antes de morderlo suavemente.
Alejandro traga en seco antes de darse la vuelta y encaminarse hacia los vestidores a cambiarse de ropa. Me quedo sola unos segundos. Vamos bien... ahora solo queda ver cómo va a reaccionar mi cuerpo cuando otro hombre me toque después de lo que me pasó... una cosa es Gabriela, porque es mujer... pero ahora, a ciencia cierta, no se cómo podía reaccionar. De verdad espero que mi subconsciente no me gane.
Suspiro antes de hacer una señal para que nos traigan algo de beber. Niego levemente con la cabeza. Tengo que poder, tengo que demostrarme a mí misma que sí puedo, que eso ya no me afecta, no dejaré que ningún hombre tome el control de la situación. Tengo que estar con la mente fría.
Siento unas manos abrazarme por la espalda, un aliento en mi cuello. Mi cuerpo se estremece, mis sentidos se ponen en alerta. Maldita sea, Alaia, contrólate.
—Mi Luna... tan magnética y misteriosa... —dice antes de dejarme un suave beso en el cuello—. Te he extrañado mucho en el club, diosa... te deseo como no te imaginas.
Una arcada se me viene. Respiro. Uno, dos, tres. Sabía que era Alejandro, pero el asco y el pánico luchan en mi interior. Necesito hacerlo. Maldita sea, no puedo ser débil ahora.
Él, al parecer, confunde mi respiración agitada. Piensa que estoy excitada cuando no es así. ¿Cómo me puedo controlar? Piensa, Alaia, tiene que haber una forma de no meter la pata. El rostro de Daniel, su nombre viene a mi mente, la calma de su toque. No es lo mismo, oh, claro que no es lo mismo, pero si puedo engañar a mi mente... pensar que es él... tal vez logre controlarme.
Me doy la vuelta entre los brazos de Alejandro, cierro los ojos antes de poder verlo, y lo beso. Mi mente recuerda el beso que me di con Daniel, su toque... Es Daniel, me repito una y otra vez mientras lo beso. Mi mente se lo empieza a creer, el asco desaparece, el calor entre mis piernas empieza a llegar... lo deseo...
Enredo mis piernas alrededor de su cintura, acercándome más a él. Mis manos en su cuello. No puedo ni quiero abrir los ojos. Él se mueve, pegándome de la esquina de la piscina, hace a un lado mi bikini. Yo solo siento cómo su m*****o entra en mí... me empiezo a mover contra él, mis labios pegados a los suyos, y mi mente imaginando que es Daniel.