Capítulo 14: Lazos de Sangre

1593 Words
Lo miré, buscando una fisura en su postura inquebrantable, una señal de que todo era una broma macabra. Pero en sus ojos miel no había rastro de juego, solo la fría certeza de un hombre acostumbrado al peligro. Su advertencia sobre Daniel resonaba en mi mente, una verdad tan aterradora como todo lo demás que había soltado en las últimas horas. —Entendido —susurré, la voz tensa. La idea de que Daniel pudiera estar en riesgo por mi culpa me oprimió el pecho—. ¿Y ahora qué? Él asintió con una leve inclinación de cabeza, como si mi aceptación fuera un paso necesario en un plan ya trazado. —Ahora vamos a disipar tus dudas. Los resultados de la prueba de ADN estarán listos. Te lo prometo, con esto, no te quedará ninguna duda de que somos familia. Un par de horas más tarde, el "equipo médico" que mencionó subió a la cubierta, compuesto por una enfermera de aspecto serio y un técnico. Con una eficiencia casi militar, tomaron las muestras de saliva y sangre de ambos. El proceso fue rápido y silencioso, como si fuera una rutina habitual. Mientras esperaba los resultados, el yate se puso en marcha. El motor zumbaba bajo mis pies, llevándome, sin mi consentimiento, a un futuro desconocido. Me sentía como una extraña en mi propio cuerpo, y aún más en esta jaula de oro flotante. La rabia inicial había dado paso a una profunda confusión. ¿Qué era yo? ¿Quién era yo? ¿La niña abandonada o la hija robada de un hombre poderoso? Los rostros de mi supuesta 'madre' y la oscuridad de mi pasado se entremezclaban con los ojos de Daniel, su rostro preocupado, el golpe que le propinaron para protegerme… o para alejarlo de mí. La espera fue un tormento. Me senté en uno de los sillones de la cubierta, sintiendo el sol en la piel y el viento en el cabello, pero sin poder disfrutar de nada. El técnico regresó con una tablet en mano. Me hizo un gesto, y aunque no me atreví a mirar la pantalla, mi padre sí lo hizo. Su rostro, serio, se iluminó con una emoción que me heló la sangre. —El 99.99% de compatibilidad, Alaia —dijo, su voz ronca de emoción mientras me mostraba la pantalla—. Eres mi hija. Mi corazón se detuvo. Un mareo. No era un sueño, ni una mentira. Era real. La prueba científica era irrefutable. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no de alegría, sino de una tristeza profunda. Mi vida entera, mis recuerdos, mis traumas, todo lo que creí ser, no era más que una farsa. No tenía un pasado, solo un vacío lleno de dolor y engaños. Él se sentó a mi lado, y por primera vez, su voz sonó con una ternura genuina, como si estuviera hablando con un cristal a punto de romperse. —Sé que no es fácil, hija. Sé que no puedes entenderlo ahora. Pero con el tiempo, te prometo que todo tendrá sentido. Te devolveremos el tiempo perdido, te daremos el hogar que te robaron. No respondí. Solo miré al horizonte, donde la línea del mar se encontraba con el cielo, un abismo tan vasto como el que se había abierto en mi alma. Horas después, el yate comenzó a reducir la velocidad. A lo lejos, pude ver la silueta de un puerto. No era el puerto que conocía. Era privado, con muelles imponentes y una seguridad visible. Mi padre se puso de pie y me extendió la mano, sus ojos fijos en los míos. —Hemos llegado. Y te pido que seas fuerte. Te esperan. Cuando desembarcamos, un séquito de autos negros nos esperaba. Los guardias se colocaron a nuestro alrededor, formando un muro protector. Me sentía aún más pequeña en medio de ellos, una muñeca frágil en una caja de seguridad. —Padre —dije, sintiéndome extraña al pronunciar la palabra, mi voz apenas un murmullo—. Quiero ver a Daniel... por favor. La mención de su nombre hizo que mi "padre" se detuviera. Su rostro se volvió sombrío y su mirada se tornó fría. —Eso no va a poder suceder, Alaia —dijo, su voz un murmullo helado que solo pude escuchar yo—. Por tu seguridad y la de él, no te le acerques. Daniel está bien. Pero si te acercas, los hombres que nos persiguen lo verán y se convertirá en un objetivo. Sus palabras me paralizaron. La imagen de Daniel en peligro por mi culpa fue suficiente para mantenerme quieta. Lo miré con los ojos anegados, incapaz de moverme. El dolor de no poder acercarme, de no poder explicar, se sumó a mi tormenta emocional. Sentí cómo una parte de mí se desprendía, una herida abierta. Con el corazón roto, subí al auto sin mirar atrás. El viaje fue largo, y me perdí en el paisaje de la ciudad, un lugar que parecía extrañamente familiar, pero a la vez, totalmente ajeno. Los autos negros se detuvieron frente a una verja de hierro forjado, imponente y majestuosa, que se abrió para revelar una mansión que parecía sacada de una película. No era solo una casa; era un castillo. Cuando el auto se detuvo en la entrada principal, un hombre de cabello canoso abrió mi puerta. Él me dio una sonrisa cálida, completamente diferente a la frialdad con la que me trataron los demás. Lo vi tomar unas maleta mientras yo salía del auto, sintiéndome como una extraña en mi propia vida. Isidro me tomó de la mano, y me guió hacia el interior de la mansión. El vestíbulo era amplio, con techos altos y pisos de mármol. En la base de la gran escalera, nos esperaba una mujer. Lo primero que me llamó la atención fue su largo cabello rojo, canoso pero del mismo tono que el mío, una figura delgada y elegante. Sus ojos eran de un color café intenso, pero no podía evitar buscar mis propios ojos en ellos. Al mirarla, algo en mi interior se encendió, una chispa de conexión, de reconocimiento. En su rostro pude ver el dolor de una pérdida que se había convertido en un alivio, y el anhelo de una vida entera. Era ella. Mi madre. Ella dio un paso al frente, sus manos temblaban. Sus ojos se fijaron en los míos, buscando una conexión, un reconocimiento que yo no sabía si podía darle. —Alaia… —susurró, su voz rota por la emoción. Mi corazón se aceleró, una extraña mezcla de miedo y anhelo. Era real. Mi vida anterior, con todas sus mentiras y dolor, había terminado. Mi nueva vida, llena de verdades aún más aterradoras, acababa de empezar. Y la mujer que me había dado la vida, la que nunca había conocido, estaba parada frente a mí. Solo di un pequeño asentimiento antes de que ella se acercara a abrazarme, con una fuerza que me descolocó. Fue un remolino de sentimientos. Cuando menos lo esperé, empecé a llorar. Eran tantas cosas en tan poco tiempo, un torrente de emociones reprimidas que finalmente encontraron una salida. —Soy Mariela, mi niña, soy tu mamá... —dijo ella con la voz dulce, acariciando mi rostro con una mirada que logré descifrar. La ternura de su toque me hizo cerrar los ojos. —Te pareces tanto a ella... —susurró, y yo arrugué la frente sin entender. ¿A quién se refería? Pero justo antes de que pudiera preguntar, Isidro respondió. —Es idéntica a Valentina —luego se giró para verme y aclarar—, estamos hablando de tu hermana mayor. —Entiendo... —dije en un susurro—. ¿Ella dónde está? —Llegará pronto —respondió mi madre de forma apresurada—. Estaba solucionando un inconveniente de la empresa familiar. —¿Y de qué es la empresa familiar? —pregunté, levantando mis cejas. Vi cómo ellos intercambiaron una mirada rápida, un gesto casi imperceptible de nerviosismo. Les di una mirada a cada uno antes de que mi padre respondiera. —Luego habrá tiempo para hablar de eso, no arruinemos el encuentro con estos temas. Ambos estaban tensos, serios, podría decir que incómodos. Algo no estaba bien aquí, de eso estaba segura. La calidez del momento se desvaneció un poco. —No sabes todo lo que hemos esperado este momento, mi niña, te arrancaron de mis brazos, pero prometo que vamos a recuperar el tiempo perdido. A partir de ahora, tu vida será feliz. Yo los miré y di una pequeña sonrisa, pero algo no me dejaba sentirme a gusto, no por completo. Tenía que averiguar si esta vida iba a ser mejor o peor que la que ya tenía. Tenía un mal presentimiento; necesitaba estar alerta por cualquier cosa. —¿Qué tal si mejor te enseñamos tu habitación y la mansión? Así te familiarizas con tu nuevo hogar —dijo mi padre, luego de dar otra mirada a mi madre. —Me parece perfecto —di otra sonrisa antes de seguirlos por toda la mansión. Era enorme, tenía un bar interior, piscina, jacuzzi, un bar exterior, un gimnasio, una cocina enorme, un comedor, la sala o recibidor, una biblioteca, un cine, una cantidad de habitaciones enormes, una sala de juegos, unas oficinas, una sala de masajes, patios trasero y delantero con una fuente y toda la cosa. Apartada en el patio había una casita, me explicaron que era para los trabajadores de la mansión. Esto era enorme, definitivamente. Tenía que averiguar de dónde salía tanto dinero.
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