Capítulo 23: El Enfrentamiento

1696 Words
Llegamos a una cafetería muy linda que se encuentra apartada del centro de la ciudad. Ambas ordenamos un capuchino y una torta tres leches. Mientras esperábamos el pedido, tomamos asiento en una de las mesas que se encontraban apartadas. Solté un suspiro al ver que Valentina había quedado perdida en sus pensamientos desde la intervención de nuestra madre. —¿Y bien? ¿Te vas a quedar callada todo el rato? —dije en un tono claramente fastidiado por la situación. Arrugué un poco mi nariz, siempre pasaba lo mismo. Valentina negó suavemente con la cabeza. —Solo estaba pensando, Alaia. —Siempre te quedas pensando cada vez que vamos a salir y nuestros padres técnicamente te amenazan —exclamé, cruzándome de brazos. —Alaia, no digas eso, sabes que no es así —sus ojos me esquivaron la mirada, lo que me confirmó que me estaba mintiendo. —No soy imbécil, yo me doy cuenta de todo. Ya deberían dejar de tratar de mentirme u ocultarme cosas, porque tarde o temprano yo me voy a enterar de todo —mi voz sonó tan seria como mi rostro en ese momento. Quería ver si podía contar o no con ella. —Yo no estoy diciendo que seas imbécil, sé lo inteligente que eres, pero por favor no te pongas a rebuscar nada, deja quieto lo que está quieto —su rostro estaba lleno de preocupación. Yo suspiré antes de mirarla fijamente a los ojos. —Si no me lo dicen, lo voy a averiguar —siseé en voz baja, mi mirada retando a la suya. —Alaia, entiende, solo te quiero proteger, esa siempre ha sido mi intención. No me lo hagas más difícil, por favor —susurró con angustia. —¡Oh, no, Valentina, no me salgas con eso! He pasado toda mi vida cuidándome sola, no necesito que ahora me vengan a cuidar. —Alaia... —susurró, sus ojos esquivando mi mirada. Sabía que estaba preocupada. —Alaia nada. La mejor manera de protegerme es saber dónde me estoy metiendo, no vivir engañada, Valentina. En ese momento llegó la mesera con nuestros pedidos. Lo dejó en la mesa y tan rápido como llegó, se marchó. Valentina le dio una mirada rápida antes de responderme y seguir con la conversación. —A veces es mejor no saber, yo daría lo que fuera para que nunca te hubieran encontrado, porque sé que cualquier cosa es mejor que estar cerca de nosotros. Solté una risa irónica, rodeé los ojos y me remojé los labios, dejando caer mi cuerpo por completo contra el respaldo de la silla. —Claro, como tú digas, Valentina. Así de malo será lo que me están ocultando como para que digas eso. ¿Qué tal si me das una razón válida para eso que acabas de decir? —solté de golpe. Valentina suspiró y se pasó la mano por el cabello. —Entiende que no te puedo decir, Alaia. Mientras más sepas, mayor es el riesgo que vas a correr, ¿por qué eres tan terca? —suspiró nuevamente con frustración. —¿Adivina qué? —dije con sarcasmo—. Si no me dices, lo voy a averiguar yo sola. Mejor dime, ¿cuál es el misterio con el negocio familiar? Ella cerró los ojos y se agarró el puente de la nariz. —Solo trabajamos con exportación e importación de todo tipo de productos, Alaia, no es nada del otro mundo, pero sí es un trabajo muy grande, somos la empresa más grande encargada de este ámbito en el país. —Entiendo —susurré, mirando fijamente a mi hermana—. ¿Y ese era el gran misterio que tenían con la empresa? —pregunté, levantando mi ceja. —Tenías tantas cosas que procesar, que no te queríamos agobiar también con este tema —dijo con calma. —¿Y quieres que te crea? Tú misma te acabas de contradecir, Valentina —siseé antes de darle un bocado a la torta. —Deja de ser tan terca, Alaia, es más, deja de creerte detective. Mientras menos sepas, es mejor para ti. —Vale, yo sé que hay algo raro en ese dichoso negocio familiar, estoy segura de que hay algo más de lo que me estás contando —la miré fijamente. Ella se tensó. Fueron solo unos segundos, pero para mí fueron los suficientes para notar lo que había pasado. Quería disimular. —¿Y si mejor dejamos el tema así? Preferiría que no indagaras más, ya te lo dije, mientras más sepas, más riesgos vas a correr —sentenció con seriedad y preocupación. —Entonces sí es algo peligroso —afirmé luego de tomar de mi capuchino. —Sí, Alaia, ahora por favor, prométeme que vas a dejar quieto lo que está quieto. —No prometo nada, ya te lo dije. Valentina soltó un suspiro frustrado. —Ahora, ¿cómo es eso de que te vas a meter con los guardias de papá? Yo sonreí. —Te lo dijo nuestro padre, ¿cierto? —Sí, claro que sí me lo dijo. Tus palabras textuales fueron que ya no les ibas a disparar porque te los ibas a comer, ¿acaso estás loca? —No, no estoy loca —solté de golpe—. ¿Y no te contó también que besé a Matías? —Alaia, ¿tú no te puedes quedar quieta? Mi pregunta es cómo lograste siquiera acercarte cuando ambas sabemos que después de lo que te pasó, no te podían ni tocar. Suspiré antes de ponerme completamente seria. —Primero, tuve terapia. Le pedí encarecidamente a Karla que nos centráramos en superar ese trauma principalmente. Me dio varios ejercicios que me ayudaron mucho. Pero lo que más me funciona es meterme la idea a la cabeza de que no puedo dejar que me vean más débil que ellos, además de borrar un mal recuerdo con muchos buenos. —¿Entiendes que es como si estuvieras tapando el sol con un dedo? —me miró preocupada. —Tal vez, pero me está funcionando, Valentina, y eso es lo único que me importa, callar mi mente y tener el control de la situación. Eso me da seguridad. —¿Sabes que no siempre vas a tener el control de todo? Tienes que dejar de jugar con fuego porque te puedes quemar, Alaia. —Pues entonces me voy a quemar, y conmigo, ellos igual se quemarán. No estoy dispuesta ni voy a permitir que me humillen y me hagan daño otra vez, jamás volveré a ser débil, ¿entiendes? —Esta no es la manera de actuar, Alaia, a la final te vas a terminar haciendo más daño, esta no es la manera de superar ese trauma. —Claro, lo dice la mujer que no es ni siquiera capaz de hablar sobre lo que le pasó —me levanté enojada de la mesa—. Valentina, yo te quiero mucho, pero no te estés metiendo en mi vida y en mis decisiones. Es más, si no me vas a decir la verdad, mejor ni te metas. Yo me sé cuidar sola, toda mi vida me he cuidado sola, ahora no tienen porqué cambiar las cosas. Pasé por su lado cuando la escuché llamarme por mi nombre. Trató de agarrarme la mano y yo solo me solté. Suspiré con frustración antes de empezar a caminar sin rumbo alguno. Extraño a Daniel, no tengo su número ni sé dónde vive, solo sé su nombre y que siempre iba al club, pero obviamente no lo puedo buscar, él no merece que le pase nada por mi culpa, ni él ni a ninguna de las personas que me rodeaban en el club. El ruido de la ciudad, el de los carros pasando, los gritos de la gente, me devolvieron al presente. Me encontraba caminando por una calle concurrida, pero la sensación de que me seguían no me abandonaba. No era paranoia; mi instinto, forjado en la calle, me lo decía. Metí la mano disimuladamente en mi cartera, miré de reojo y fue entonces cuando lo vi. Los recuerdos volvieron a mi mente como un huracán, pero esta vez no era miedo, era rabia, una rabia que me estaba consumiendo. Esta vez, yo no sería la víctima. Me di la vuelta con brusquedad. —¡Todos váyanse ya! —grité y saqué la pistola, apuntando directamente a Carlos. Las personas a mi alrededor empezaron a correr en dirección contraria, y él, él solo me apuntó con la suya, soltando esa risa que yo conocía tan bien y que hacía solo 3 meses atrás me tenía temblando de miedo. —Princesita, nos volvemos a encontrar —dijo con su risa irónica, escaneando mi cuerpo. —Tú deberías de estar preso, Carlos, ¿qué diablos quieres? —siseé con furia, acercándome más a él, mi pistola apuntando directamente a su cabeza. —Extraño tanto tus gritos mientras te hacía mía, ¿qué tal las cortadas en tu espalda? ¿Te gustó el recuerdo? —hizo un gesto con la lengua que me pareció repulsivo. —Me encantaron, fíjate, Carlos, fue el mejor recuerdo que me pudo haber quedado —solté con sarcasmo—. ¡Qué diablos quieres! —grité, ya cansada, el corazón latiéndome a mil. —Eres una mercancía muy valiosa, muñeca, y me mandaron a recuperarte —soltó con prepotencia. —¿Adivina qué? Van a tener que buscar otra mercancía, o mejor aún, dejar de hacer estas mierdas —sonreí con prepotencia antes de soltar un disparo justo en la mano que sostenía la pistola. Carlos soltó un grito sordo mientras la pistola caía al suelo. —¡Maldita zorra, tenía que haberte matado cuando tuve la oportunidad! —gritó, sus ojos parecían estar hirviendo de la rabia mientras se aguantaba la mano herida. —Lástima para ti que no lo hiciste —dije con una risa burlona—. Dile a tu jefe que no se meta conmigo, a mí me joden una sola vez. De allí en adelante, hasta el diablo me tiene miedo —Luego de decir esa frase, le disparé en el hombro, en las piernas y en el estómago.
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