JACKIE
Una mujer mayor, de cabello rubio corto y labios rojos, fue la primera en saludarnos. Llevaba una blusa dorada que brillaba con cada movimiento, y nos sonrió con calidez.
—Debes de ser Jackie —dijo, abriendo los brazos para abrazarme—. Soy Joni, la madre de Christian.
La abracé y luego le sonreí con sinceridad.
—Encantada de conocerte, Joni.
—No puedo creer que hayas decidido honrarnos con tu presencia —dijo un hombre mayor, con entradas y los mismos ojos que Christian. Su voz era fuerte, resonante, y le dio una palmada en la espalda—. Me alegra que estés aquí, hijo.
—Pensamos que te habías caído del planeta —agregó otro hombre, la viva imagen de Christian. Este parecía cercano a su edad.
Ahora que los miraba, todos parecían versiones de él. Más delgados, más anchos, un poco más bajos, cabello un poco más claro, ojos un poco más oscuros… pero todos se parecían entre sí. La familia se veía en todas partes.
Christian me los presentó uno por uno, y pude notar que todos tenían curiosidad por mí.
Grant era el hermano de Christian, el segundo mayor después de él. Se casaría más adelante en el verano. Su prometida, Megan, me saludó con cariño, y supe que ellos también vivían en Los Ángeles.
Claire era la siguiente, la única rubia de los cinco hermanos. Se veía exactamente como Joni, con una gran sonrisa y un aire pulido.
—Bienvenida a la familia —dijo, abrazándome—. No somos tan aterradores como parecemos.
Su sonrisa era genuina, y me cayó bien de inmediato.
Ella también se casaría pronto, y conocí a su prometido, Kevin, que parecía un vaquero, completo con sombrero y botas… aunque claramente un vaquero rico. Supe que era ranchero en Colorado y todo encajó.
Patrick era el primo de Christian y dueño del hotel. Se casaría con Jessica ese fin de semana.
—Ella es bailarina —me dijo Joni.
—Oh —respondí con una sonrisa, aunque no estaba segura de qué tipo se refería.
—Bailarina profesional —añadió Jessica—. Una showgirl, no una stripper como todos asumen.
—Puedes hacer un strip para mí cuando quieras, cariño —murmuró Patrick en su oreja, y Jessica se sonrojó y soltó una risita.
—¡Búsquense una habitación! —gritó un chico joven.
Christian me lo presentó como su hermano Isaac, y a la joven a su lado como su hermana, Claire.
—¿Son gemelos? —pregunté. Se parecían tanto que era desconcertante.
—Dios, no —dijo Isaac—. No estoy atado a esta de aquí. Quiere ser tan cool como yo, pero no lo logra.
—Estás dolido porque tienes dos años más que yo y ya soy más exitosa —dijo Claire entre risas. Ella se volvió hacia mí y me abrazó—. Me encanta tu vestido. Eres valiente al unirte así, conociendo a todos de golpe.
Miró a Christian—. ¿Por qué no habíamos oído hablar de Jackie antes?
—Me gusta mantenerla en secreto. Es demasiado especial para compartirla con el mundo entero —dijo Christian, guiñándome. Me ruboricé a pesar de mí misma. Tenía que mantener la compostura. Él estaba más encantador de lo habitual. Y su familia era ruidosa y alocada, creando una atmósfera electrizante. Me enamoré de ellos de inmediato.
—Esta es Enid, la madre de Ray —me dijo Joni, presentándome a la abuela de Christian. Era una mujer bajita, de cabello gris, ojos oscuros y mucha vitalidad.
—Me alegra tanto que Christian te haya traído —me dijo Enid—. ¡Cuantos más, mejor! ¡Y eres preciosa!
Me sonrojé.
—Oh, gracias. Yo…
—Christian ha tenido mujeres en su vida antes, pero todos estábamos un poco preocupados por su gusto.
—Abuela, basta —dijo Christian, avergonzado ahora.
—Sí, sí, todas eran muy bonitas por dentro, ya sabemos —dijo Enid—. Pero Jackie es hermosa por fuera también, ¿verdad? —Le dio un codazo a Joni, que soltó una carcajada.
—No le hagas caso —dijo Joni, poniendo una mano sobre mi hombro—. Le encanta incomodar a la gente.
Sonreí.
—Puedo manejarlo.
—Ah, eso suena como un reto para mí —dijo Enid, pero me sonrió y me apretó la mano.
Luego conocí a los padres de los novios. Todos me saludaron con calidez.
Finalmente tomamos asiento en la mesa, y la noche comenzó. La familia bromeaba y lanzaba pullas unos a otros de un lado al otro, como si fuera un partido de voleibol, y compartían detalles de sus vidas como si fueran cartas en un juego. Tenían mucho dinero, sin duda, pero eran sencillos, tomando todo el intercambio —las burlas, las preguntas indiscretas, la algarabía— con naturalidad.
—Entonces, ¿cuánto tiempo llevan tú y Christian juntos? —preguntó Claire.
—Oh… no mucho —dije, mirando a Christian.
—No ha sido oficial hasta hace poco —dijo él con suavidad—. Pero nos conocemos desde hace más de dos años.
—¿Trabajan juntos? —preguntó Joni.
—Sí —dije—. Soy su asistente ejecutiva.
—Qué romántico —dijo Claire—. Como en las películas.
Asentí. —Estamos juntos todos los días. Ya sabes lo que dicen de la familiaridad.
—Engendra desprecio —bromeó Grant. Todos se rieron.
Me sonrojé. —Bueno, hay veces en que Christian me dan ganas de arrancarme el pelo, pero tiene un corazón de oro debajo de todo eso.
Christian me miró, sorprendido. —¿Eso crees?
Extendí la mano hacia él y le apreté la suya. —Me estás empezando a gustar.
Todos estallaron en risas otra vez, y el tema de conversación cambió cuando Isaac empezó a hablar de una mujer en su trabajo con la que estaba saliendo.
Me sentí aliviada: parecía que lo estábamos logrando.
Había estado tan nerviosa por conocer a los Fontaine, pero enseguida me hicieron sentir cómoda. Eran increíbles, todos ellos.
Sentí otra punzada en el corazón. Extrañaba tanto a mis padres.
¿Qué habría dicho mi madre sobre Christian? ¿Qué habría pensado de nuestro arreglo?
Quizá no le habría gustado. Siempre había sido muy estricta con lo de ser honesta, con hacer lo correcto. Y aquí estaba yo, engañando a toda una familia.
Aunque no sería algo permanente, me recordé.
Aunque podía verme con estas personas a largo plazo. Demonios, incluso podía imaginarme del brazo de Christian a largo plazo.
—Basta —me reprendí, no por primera vez desde que comenzó esta farsa—. Debo mantener la cabeza fría y concentrada.
—¿Has estado en relaciones serias antes? —preguntó Enid, girándose hacia mí.
—Oh, no realmente —dije, sintiéndome incómoda otra vez.
—¿Qué era lo que les faltaba a los hombres que viste? —preguntó Enid.
—Abuela, en serio —dijo Christian, claramente irritado—. Te estás poniendo muy curiosa. Esto no es precisamente conversación de cena.
—Bueno, es la primera vez que te vemos en siglos, y la primera vez que te vemos con una mujer en años —dijo Enid—. Pensé que más vale preguntar mientras podamos, antes de que vuelvas a meterte bajo tu roca y pasen años antes de que te veamos de nuevo.
Miré a Christian, que apretó la mandíbula. No estaba contento.
¿Por qué no los había visto en tanto tiempo? Me encantaba su familia, incluso su curiosidad. Eran abiertos, conversadores y afectuosos. Si yo tuviera una familia así, pasaría todo el tiempo posible con ellos.
No eran agobiantes, sin importar lo que Christian me había dicho cuando me pidió que hiciera todo esto.
La cena era de cinco tiempos. Cada plato era algo diferente que nunca había probado, y era increíble. Cada plato también venía acompañado de un vino distinto, y todos eran deliciosos. Yo siempre bebía vino barato con Angie, pero no había nada barato en el vino de esta mesa.
Después de esto, no iba a poder volver al vino con tapa rosca que tanto nos gustaba.
Mi cabeza se sentía ligera y mis manos, calientes. Cuando miré a Christian, él también bebía más y más.
Los platos eran interrumpidos por brindis a Patrick y Jessica, los novios, y con cada brindis venía champaña. Las burbujas me corrían por las venas y me ponían risueña.
No había tenido una noche así en… bueno, nunca.
Cuanto más bebíamos y más cómodos nos sentíamos, más se abría Christian y más se relajaba. Yo también me sentía menos nerviosa. Me tomaba la mano con más frecuencia. Plantaba besos en mis nudillos después de un brindis, me rodeaba cuando brindábamos por la feliz pareja. Cuando esperábamos a que retiraran los platos, me pasaba un brazo por los hombros.
En el fondo de mi mente sabía que solo fingíamos, pero era tan convincente que tenía que recordarme una y otra vez que todo esto era un acto.
No se sentía como un acto. Se sentía maravilloso.
Era el vino, me dije. El vino y la champaña y la buena conversación me tenían así de eufórica.
Finalmente, cuando el postre terminó y era hora de irnos a nuestras habitaciones, mis piernas estaban inestables. Casi perdí el equilibrio, pero Christian enroscó un brazo alrededor de mi cintura.
—Con cuidado —murmuró, con los labios contra mi oído—. Te tengo.
Un escalofrío me recorrió la espalda, y su aliento cálido en mi cuello me erizó la piel.
Christian me guió hacia los ascensores, aún con el brazo alrededor de mi cintura, y yo me apoyé en él. Me empapé de su calor, y cuando las puertas se cerraron, no me soltó.
No teníamos que fingir más.