CHRISTIAN
Sus paredes eran como seda, calientes y exigentes. Su cuerpo pedía un alivio mientras yo succionaba su clítoris y movía mis dedos dentro y fuera de ella.
—¡Christian! —jadeó, y la manera en que dijo mi nombre me hipnotizó.
Gritó, arqueando las caderas y encogiéndose sobre sí misma cuando el orgasmo la golpeó. Se estremeció y se retorció, soltando jadeos y gemidos de puro éxtasis mientras la oleada la recorría una y otra vez.
Mis dedos seguían enterrados en ella, pero levanté la cabeza y observé cómo sus músculos se tensaban. Sus pezones estaban duros y su rostro desbordaba un placer crudo y absoluto.
El orgasmo le robó el aire, atrapándola en un mundo de puro deleite.
Finalmente, respiró hondo y jadeó, su cuerpo relajándose sobre el sillón. Retiré mis dedos y le sonreí cuando ella miró hacia mí por encima de su cuerpo.
Me puse de pie y me quité los pantalones de un tirón, liberando mi erección. La quería tan fuerte y profundamente como pudiera tenerla.
En cuanto estuve desnudo, encontré un condón y rasgué el envoltorio, desenrollándolo sobre mi erección. Jackie se incorporó del sillón.
—¿A dónde crees que vas? Aún no he terminado contigo —dije con voz grave.
—Eso esperaba —contestó ella, con un tono ronco.
Se puso frente a mí y la besé. Mi erección presionó contra su abdomen.
Giré a Jackie para que su espalda quedara contra mi pecho. La besé sobre el hombro, rodeando su seno con mi mano alrededor de su pequeño y firme cuerpo. La sujeté de la cadera y la empujé hacia adelante con una mano en la espalda; ella se apoyó sobre el respaldo del sillón.
Su espalda era hermosa. Su cabello rubio caía sobre sus hombros mientras guiaba mi erección hacia su entrada. Su trasero era delicioso—redondo y perfectamente moldeado. Lo tomé con firmeza y ella tembló; cuando me deslicé dentro de ella, soltó un gemido largo mientras mi erección se hundía por completo.
Tembló alrededor de mí, su sexo apretado después del orgasmo. Era como una fantasía húmeda hecha realidad. La sostuve por la cadera y recorrí su espalda con la otra mano, sintiéndola.
Salí de ella lentamente y, aún más despacio, volví a entrar.
Se sentía increíble, y repetí el movimiento una y otra vez, dolorosamente lento.
—Christian, me estás volviendo loca —gimió. La estaba provocando, pero provocarla significaba provocarme a mí también, y me estaba volviendo igual de loco.
Aceleré el ritmo, y los gemidos de Jackie se transformaron en gritos mientras la tomaba por detrás. La embestí, más fuerte y más fuerte. Su trasero se veía increíble al chocar contra mis caderas y sus pechos rebotaban. Me incliné sobre ella y los acaricié, recorriéndolos con las manos. Era tan pequeña—con una personalidad tan fuerte que a veces olvidaba lo diminuta que era.
Estaba cada vez más cerca de otro orgasmo, y yo contuve el mío. Quería prolongarlo tanto como pudiera.
Sus gritos habían seguido el ritmo de nuestro movimiento, pero se volvieron más erráticos conforme se acercaba al borde.
Cuando se vino por segunda vez, su cuerpo se apretó alrededor de mí y sentí el orgasmo recorrerla, tensando su centro y pulsando a mi alrededor.
Me costó todo el autocontrol no follarla tan duro como podía y correrme también.
No estaba listo todavía. No quería que terminara así. No quería que acabara de esa manera.
De pronto, tuve el impulso de mirarla a los ojos, de estar más cerca que ese sexo desde atrás. Era como usualmente lo hacía—mantenía las cosas impersonales—pero con Jackie quería cercanía. Quería estar ahí con ella.
Esperé a que su orgasmo disminuyera antes de salir de su interior. Ella cayó sobre el sillón.
Me subí con ella, y sus piernas se abrieron para mí de nuevo. Sus ojos estaban entrecerrados y me sonrió. Un rubor rojo cubría sus pechos y sus mejillas estaban rosadas por el esfuerzo. Su respiración aún era agitada.
Me recosté sobre ella y mi erección presionó otra vez contra su entrada. La besé, y ella contuvo el aliento con expectación. Cuando me deslicé dentro de ella, dejó escapar un gemido tembloroso, sus labios pegados a los míos.
Cuando empecé a mover las caderas, rompí el beso y la miré a los ojos. Sus ojos color avellana tenían motas verdes—nunca se las había visto antes. Nunca había estado tan cerca de ella.
Tomé uno de sus pechos y embestí con las caderas, penetrándola de nuevo. Jackie gritó, los ojos rodando hacia atrás, y observé su rostro mientras el placer volvía a apoderarse de ella. Se aferró a mis hombros como si yo fuera su ancla, como si se fuera a perder si no lo hacía, y sus uñas se clavaron en mi piel. Apreté los dientes y gemí de puro placer. El pequeño toque de dolor solo intensificó el momento erótico, y seguí embistiéndola más y más fuerte.
Me acercaba al orgasmo. Mis testículos se tensaron y mi erección estaba más dura que antes, creciendo, o eso parecía. O quizá Jackie se había vuelto increíblemente estrecha después de sus dos orgasmos. Fuera lo que fuera, sentirla apretarme así me llevó al borde en cuestión de segundos.
La besé otra vez, y Jackie gimió en mi boca mientras la penetraba. Un momento después gritó y su cuerpo se tensó de nuevo, su tercer orgasmo. Dios, si eso no era un impulso para el ego, no sabía qué podía serlo.
Fue suficiente para empujarme también al límite. Con un grito afilado, me hundí en ella tan profundo como pude, y mi erección palpitó y se estremeció mientras descargaba dentro de ella.
Temblamos, gemimos y jadeamos, cabalgando la oleada de placer juntos. Había algo increíblemente íntimo en correrse al mismo tiempo. No me había pasado muchas veces en la vida, estar tan sincronizado con la mujer a la que hacía el amor.
Aunque claro, Jackie no era como ninguna otra mujer que hubiera conocido. Mientras más la conocía—sobre todo ahora, fuera del trabajo—más me daba cuenta de cuán cierto era.
Cuando finalmente descendimos del clímax, Jackie tomó aire con un jadeo y yo salí de su interior. Me derrumbé sobre ella solo un segundo antes de incorporarme.
—Eso fue increíble —dijo, sin aliento.
Oh, diablos, sí que lo fue. Llevaba dos años soñando con follar a Jackie así. No podía creer que realmente había pasado.
¿Qué tal si había sido un error? Tal vez nunca deberíamos haber cruzado esa línea…
Aparté esos pensamientos. No iba a dejar que mi mente arruinara el momento.
—Ven —dije, tomando la mano de Jackie.
—¿A dónde? —preguntó.
—Al dormitorio.
Ella vaciló. La levanté y la besé.
—Aún no he terminado contigo, cariño —dije.
Mi erección necesitaba un minuto para recuperarse, pero si adoraba un poco más el cuerpo de Jackie, volvería a ponerse firme y listo para la segunda ronda.
La quería. Quería tanto de ella como pudiera conseguir.
Era increíble, y sentía como si hubiera estado vagando por el desierto toda mi vida, solo para finalmente tener un sorbo de agua en ella. Quería beber hasta reventar.
—No deberíamos —murmuró.
—Bebé, ya lo hicimos.
Ella asintió, rindiéndose. Tenía razón. La besé nuevamente y la guié hacia mi habitación para poder besarla y saborearla y luego follarla una y otra vez hasta que ninguno de los dos pudiera caminar.
Tal vez esa sería la única noche que podría tenerla. Tenía que aprovecharla al máximo.