CHRISTIAN
Odiaba las bodas.
Todo el alboroto era para las mujeres, que adoraban planear un evento de cuento de hadas. Siempre costaba un chingo de dinero, y los amigos y familiares de la pareja tenían que arreglarse para un gran espectáculo.
Un espectáculo que no significaba nada.
Desperté de muy mal humor y, a pesar de que intenté no beber hasta perder la conciencia, seguía con resaca.
Eso solo terminó de empeorar mi ánimo mientras me duchaba y me vestía para la boda de mi primo.
Jackie, por supuesto, parecía un ángel cuando salió de su habitación.
Llevaba un vestido verde menta con encaje en la cintura que caía sobre la falda, y el satén brillante cobraba vida cuando se movía.
Su cabello caía sobre su hombro en ondas suaves y, fuera lo que fuera que había hecho con su maquillaje, lucía divina.
Divina y completamente prohibida.
Insistí en tomar un auto solo para nosotros dos hacia la capilla para la ceremonia. No estaba de humor para lidiar con mi familia más de lo necesario hoy.
Cuando tomamos asiento en la capilla, Jackie miró alrededor.
—Esto es hermoso —dijo con voz suave, con las mejillas sonrojadas de emoción—. Cuando piensas en bodas en Las Vegas, siempre te vienen a la mente disfraces de Elvis y vestidos ridículos, malas decisiones y noches de borrachera, ¿sabes? Esto es completamente diferente.
Era muy diferente a todo eso. La boda había costado una fortuna, pero también era entre dos personas que realmente se amaban y que habían planeado este día por mucho tiempo.
La idea del amor verdadero, de finalmente estar juntos como marido y mujer, solo me encabronaba más.
—¿Estás bien? —preguntó Jackie.
—Solo con resaca —gruñí. No podía explicarle cuál era el verdadero problema.
—Qué mal —respondió.
Ella no parecía para nada con resaca, y me pregunté qué habrían hecho las chicas. ¿Habían tenido bailarines hombres? ¿Habían emborrachado a Jessica tanto como mis hermanos lo habían hecho con Patrick?
La idea de un bailarín pegado a Jackie me hizo encogerme. Los celos me ardieron en el pecho.
¿Qué carajos me pasaba hoy? Esto no era nada como yo—normalmente me valía madre todo eso porque… bueno, porque me valía madre. Punto.
Con Jackie, todo era diferente.
—¿Cómo estuvo la fiesta anoche? —pregunté, intentando no sonar como si estuviera hurgando. Ni siquiera quería preguntar, pero mi curiosidad—y mis celos—me ganaban—. No te ves muy desvelada.
—El maquillaje hace maravillas —dijo con una risita—. Me siento de la chingada.
—Entonces… ¿fue buena fiesta?
Asintió.
—Estuvo divertida. Creo que Jess la amó, y eso es lo principal, ¿no?
—Claro.
Suspiré. No me había dado nada con qué trabajar. Al menos era un pequeño consuelo saber que no era el único lidiando con una resaca.
Por supuesto que ella se habría divertido con mi familia. Encajaba tan bien con ellos, y eso solo me fastidiaba más.
No sabía exactamente por qué me molestaba tanto. El punto de traerla era que los tranquilizara, y ella había ido más allá, entregándose tanto al papel que todos estaban convencidos.
Quería alejarla de ellos.
—¡No puedo esperar para ver su vestido! —dijo Jackie en voz baja, con la emoción palpable—. Esa es la parte importante, ¿sabes?
—Eso dicen —respondí con el ceño fruncido.
Jackie frunció los labios.
—Estás bastante alterado, ¿eh?
—Estoy bien —contesté.
Ella asintió, apretando los labios, y giró el rostro hacia adelante, apartando su atención de mí.
Eso solo la hizo parecer más distante. Hoy no me sentía nada conectado con ella. No desde esa primera noche en mi cama.
Eso es algo bueno. Si no estábamos conectados, entonces no nos apegaríamos. Y eso era exactamente lo que quería.
Las puertas se abrieron y todos se pusieron de pie, girándose hacia la novia. Ella sonrió radiante antes de que sus ojos encontraran a Patrick. Mientras su padre la llevaba por el pasillo, no miró a nadie más.
Él tampoco tenía ojos para nadie más que para ella, y el amor que ambos irradiaban era hermoso.
Ese era el tipo de amor que yo nunca tendría.
Mierda, estaría feliz cuando la ceremonia terminara. Solo tendría que soportar la recepción antes de poder salir de Las Vegas. Al menos habría tragos en la recepción.
Y vaya que necesitaba uno. O tres.
Uno, para ahogar la amargura de que nunca tendría el tipo de amor que todos en mi familia estaban encontrando.
Dos, para quitarme esta pinche resaca.
Y tres, para dejar de pensar en Jackie y en lo jodidamente perfecta que era.