Capítulo 16

2546 Words
JACKIE Claro que tenía razón. Odiaba tenerla, pero Christian fue un completo imbécil en la oficina el martes. Su humor estaba peor que de costumbre y me habló de la peor manera, aunque yo hacía todo igual que siempre. Se quedó trabajando hasta tarde, esforzándose al máximo por mantener sus contratos y empeñado en cerrar un trato que había iniciado justo antes de que nos fuéramos. Estaba tratando de asegurar las cuentas de seguridad informática de una cadena regional de grandes almacenes. Se lanzó de lleno a su trabajo y esperaba lo mejor de todos los que lo rodeaban. La tensión en la oficina era tan densa que casi podía pasar mis dedos a través de ella, y no era precisamente el buen tipo de tensión. —No sé qué le pasa —me dijo Becky, la recepcionista del último piso, el miércoles cuando llegué. Bajó la voz para que Christian no la oyera desde su oficina, aunque estábamos fuera de su alcance—. Ha estado aquí antes que yo todos los días esta semana, y siempre llego a las siete. Está trabajando como un demonio, y está tan lleno de mierda que ni siquiera tiene gracia. Casi me arranca la cabeza porque le pasé una llamada de alguien con quien no quería hablar. Negué con la cabeza, soltando un suspiro. —Está en el peor humor que le he visto. —Ojalá solo se acostara con alguien o algo así —dijo Becky—. Tal vez le ayudaría a aliviar algo de esa tensión. Yo me ofrecería, pero me preocupa no salir viva de eso. Soltó una risita y yo forcé una sonrisa para ocultar mi reacción. El problema era que Christian sí se había acostado. Tenía la sensación de que ese era el problema, y no sabía cómo sentirme al respecto. ¿Acostarse conmigo lo había puesto de peor humor que de costumbre? Era difícil no ofenderse por eso. Cuando Christian me llamó desde la puerta de su oficina, su voz fue cortante y dura. —No te pago para que chismees —ladró por el pasillo. Suspiré. —Ese es mi llamado. —Suerte —murmuró Becky moviendo los labios. Caminé hacia la oficina de Christian, donde me fulminó con la mirada y comenzó a soltar órdenes. Eso continuó el resto del día. Había pensado que el mal humor de Christian llegaría a un punto máximo y después se calmaría, pero estaba equivocada. Para el viernes, era un desastre andante, gruñendo a todo el mundo. Sus empleados caminaban sobre cáscaras de huevo a su alrededor y temblaban cuando les hablaba, aterrados de que hiciera algo drástico como despedirlos. Claro que Christian no haría eso. Podía ser un imbécil, pero no era injusto con sus empleados. Solo estaba siendo una enorme molestia para todos nosotros. A la hora del almuerzo, le llevé el sándwich que me había pedido de la nueva tienda que habían abierto al otro lado de la ciudad. Había soportado un infierno de tráfico para conseguirlo, furiosa de que quisiera comida de ahí en lugar de la charcutería que estaba a la vuelta de la esquina, pero no dije una palabra. En ese momento, estaba tratando de escoger bien mis batallas. —¿Qué carajos es esto? —soltó Christian cuando abrió el envoltorio de su sándwich gourmet. —¿Qué de qué? —pregunté, tragándome la irritación. —Esto tiene pepinillos. Odio los malditos pepinillos. Lo sabía, por supuesto. Me había fijado en los pepinillos en la descripción del menú cuando pedí, pero olvidé pedir que no los incluyeran en el sándwich. Quizá una parte de mí estaba tan molesta que no me esforcé en hacer lo correcto. —¿Tengo que hacerlo todo yo mismo? —murmuró Christian, abriendo el sándwich y tirando los pepinillos a la basura—. Tengo gente trabajando para mí precisamente para no manejar todo solo. Pero si quiero que algo salga bien, parece que tengo que hacerlo yo mismo. Parpadeé, sorprendida por sus palabras y el berrinche que estaba haciendo. Por un momento, todo pareció detenerse, y fue tan ridículamente cómico que solté una carcajada. Christian me miró fijamente cuando me reí. No había esperado que reaccionara así. Demonios, yo tampoco había esperado reaccionar así, pero fue demasiado gracioso. La cara de Christian se puso más roja, sus ojos chispearon de furia, pero luego negó con la cabeza, la vergüenza apoderándose de él. Terminó riéndose también. —Sí, carajo —dijo, dejando el sándwich sobre el escritorio y limpiándose las manos con una servilleta—. Supongo que eso fue bastante patético. —Ya lo creo —dije, todavía riendo—. ¿Qué demonios, Christian? Negó con la cabeza. —Perdón. —Sí, yo también… por lo de los pepinillos. —Está bien —dijo Christian—. No es el fin del mundo. —Parecía que casi lo era —señalé. Christian se encogió de hombros y le dio una mordida al sándwich. —Solo estaba… encabronado. —Ni me digas —dije. Me lanzó una mirada mientras masticaba. La risa había roto la tensión entre nosotros y, por primera vez en toda la semana, Christian me miró como una persona normal otra vez. —Tengo un par de cosas que atender —dije, excusándome de la oficina. Christian asintió, y aunque lo que fuera que tenía no se había resuelto aún, el resto del día fue mejor. Eso ya contaba como algo, al menos. Me senté en mi escritorio justo cuando apareció un mensaje de Megan en mi celular. Era una invitación para salir a tomar algo esa noche con ella y sus dos amigas, Shelby y Paige. Feliz de saber de ella, escribí una respuesta: ¡Hola! Me encantaría ir, pero ya tengo planes con una amiga. Odiaba tener que decir que no. Me encantaba Megan y quería salir con ella y sus amigas. ¡Tráela contigo! respondió Megan casi de inmediato. Dudé. Quería ver a Megan otra vez, pero Angie sabía que todo era una mentira, y si soltaba algo, sería un desastre. Aunque Angie guardaría mi secreto. Era mi mejor amiga. ¡Está bien, suena perfecto! escribí como respuesta. Luego tomé el elevador hacia Recursos Humanos para hablar con Angie sobre el cambio de planes para esta noche. —¿Así que voy a conocer a algunos de los Fontaine? —preguntó Angie, emocionada. —Bueno, no. Megan es la prometida de Grant Fontaine, así que todavía no es una Fontaine. Técnicamente. —¿A quién le importa lo técnico? —preguntó Angie—. Va a estar genial. —Tienes que prometerme que guardarás nuestro secreto, ¿ok? —dije—. Nadie puede saber lo que Christian y yo estamos haciendo. —¿A quién le diría? —preguntó Angie. Le lancé una mirada significativa. —Lo prometo —dijo ella—. No quiero arruinarte nada, solo quiero echar un vistazo a lo que tienes entre manos. Eso fue suficiente para mí. Unas horas más tarde, después del trabajo, Angie y yo entramos a un bar de cócteles en el centro de Los Ángeles. Vi a Megan en una mesa al fondo, y ella nos saludó con entusiasmo. Megan me abrazó como si fuera una amiga perdida de hace años. —¡Qué bueno verte! —dijo—. Es un poco raro, también, fuera de los límites del hotel de Las Vegas. Me reí. —Sí, pero me gusta. Gracias por invitarnos. Ella es mi compañera de cuarto y mejor amiga, Angie. Angie saludó a Megan y a las otras chicas, y nos sentamos en la mesa. —Esta noche tienen cócteles a mitad de precio, así que espero que sepan que vamos a desatarlo todo —dijo Megan, hojeando el menú—. Espero que a Christian no le moleste que te pongas borracha esta noche. Solté una risita. —No le molesta. Tampoco se enteraría de todos modos, pero no dije eso. Aunque era cierto que no le importaba. ¿Por qué habría de hacerlo, si no éramos nada? Ese pensamiento me atravesó con una punzada extraña en el pecho, pero no tuve tiempo de analizarlo. Cuando llegaron nuestros cócteles, Megan levantó el suyo en el aire. —¡Por las nuevas amigas! —Salud —dije, y chocamos los vasos. —Por los hombres buenos —agregó Angie, mirándome de reojo. Sabía que lo decía con exageración solo para molestarme. Ella no pensaba que Christian fuera un buen hombre. —Eso sí que lo puedes repetir —dijo Megan con una sonrisa, y bebimos de nuestros cócteles. Angie me lanzó una mirada escéptica, pero la ignoré. El celular de Shelby sonó con un mensaje y enseguida se hundió en su conversación. Angie y Paige empezaron a hablar de inmediato, y Megan se recostó en su asiento con un suspiro satisfecho. —¿Así que trabajas en un gran proyecto? —le pregunté a Megan. —Sí, enorme. Estoy un poco nerviosa de no poder lograrlo, pero ya he hecho cosas grandes que me daban miedo antes, así que solo voy a cerrar los ojos y lanzarme. —Es la única manera de hacerlo —dije, levantando otra vez mi vaso. Megan soltó una risita y chocó el suyo con el mío. —Siento lo mismo con Christian —dije—. Al principio dudaba mucho de él, pero también cerré los ojos y me lancé. —¿Y valió la pena? —preguntó Megan. Asentí. Valía la pena, claro, en lo financiero. Y de gran manera. Ya me había dado un cheque por el monto completo de trescientos mil dólares, según nuestro acuerdo. Era más dinero del que había tenido en mi vida, y planeaba usarlo con inteligencia. Lo mejor de mi semana fue pagar por completo mi deuda estudiantil. Por fin estaba libre de deudas, lo cual era maravilloso. Pronto planeaba comprar un auto nuevo e invertir el resto. Por primera vez en mi vida, tendría un fondo decente para mi jubilación. ¿Valía la pena emocionalmente? Seguía estando hecha un lío. Después de cómo se había comportado esta semana, no tenía idea de en qué punto estábamos. Solo sabía que teníamos que mantener la farsa por dos bodas más. Pero esta noche, quería olvidar todo eso y divertirme con mis nuevas amigas. —¡Oye, Shelby, suelta el teléfono y únete a la conversación! —gritó Megan cuando Shelby seguía escribiéndose de un lado a otro, manteniéndose fuera del grupo. —Es mi próximo trabajo de modelaje —dijo Shelby con un resoplido. —Es viernes por la noche —señaló Megan. —Es importante. Ya sabes cómo son estas cosas. No puedo simplemente dejarlas pasar. Podrían necesitarme con urgencia. —¿Para qué? —se burló Paige—. Vas a hacer una sesión de fotos para una tienda de ropa barata. A menos que te necesiten para una pijamada de viernes por la noche, no veo por qué no podrías hacerlo mañana. Shelby puso los ojos en blanco al ser expuesta, pero dejó el teléfono a un lado y se unió a la conversación, aunque un poco a regañadientes al principio. Amaba a Megan, y sus amigas eran geniales. Shelby era la única con la que no conectaba de inmediato, pero aun así fue increíble conocer a las amigas de Megan. Angie también encajó bien. El resto de la noche fue divertido. Bebimos tantos cócteles que perdí la cuenta, y hablamos de todo: desde hombres y sexo hasta compras y trabajo. Megan y sus amigas no pertenecían a los círculos ultrarricos en los que se movían los Fontaine, y yo no me sentí cohibida por venir de una familia de clase trabajadora. Cuando por fin nos fuimos, apenas podía mantenerme en pie con los tacones. Angie también parecía haberla pasado bien. —¿Te cayeron bien? —le pregunté en el taxi de regreso al departamento. —Son bastante geniales —admitió Angie. —¿Verdad? —dije con un suspiro—. Estoy emocionada por ver a Megan en la próxima boda. Y luego voy a verla casarse con el hermano de Christian. —Suena como una gran familia feliz —dijo Angie. Asentí. —Sí, realmente lo es. No tiene nada que ver con lo que yo solía tener, ¿sabes? —Lo sé —Angie asintió, luego miró por la ventana—. Es genial, supongo. Que pases tiempo con ellos. —¿Supongo? —pregunté. —Bueno, sí. Es raro escuchar a todos hablar de ti y de Diablo como si fueran algo. Tenía que recordarme a mí misma que no estaba en la Dimensión Desconocida. La miré. —¿De verdad es tan raro imaginarnos juntos? —Sí. Obviamente. Christian es un imbécil total. —No lo es —dije en su defensa—. Es gruñón, claro, pero tiene muchas cosas encima. Angie alzó las cejas. —¿Hablas en serio? —¿Qué? —pregunté. —No pensé que lo defenderías. ¿Eso también es parte del acto? Puse los ojos en blanco y giré la cabeza para mirar por la ventana, intentando respirar con calma mientras la náusea comenzaba a subir después de todo lo que habíamos bebido. Por suerte, Angie dejó el tema. No quería seguir hablando de él, y menos si era para quejarse de él. Me golpeó como un ladrillazo el darme cuenta de que lo iba a defender sin importar lo que Angie dijera. Estaba empezando a ver lo bueno en Christian detrás de la máscara que llevaba puesta, debajo de todo ese mal humor. ¿Qué me estaba pasando? Esa noche me metí en la cama preguntándome qué estaría haciendo Christian. El lunes por la mañana, Angie y yo entramos al elevador en la planta baja de Fontaine Tech. —Dios, no vuelvo a beber tanto —dijo Angie—. Me tomó todo el fin de semana recuperarme del viernes por la noche. Pude haber salido a hacer algo. —Valió totalmente la pena —me reí. Las puertas del elevador se abrieron en el primer piso, y Christian entró. Angie y yo nos tensamos al mismo tiempo, y las puertas se cerraron. Su loción se envolvió a mi alrededor. —Así que, el miércoles será divertido —me dijo Angie—. Me alegra que Megan nos haya invitado de nuevo a salir. —Sí, lo estoy esperando con ansias —respondí. —Ella realmente es tan genial como dijiste —añadió Angie. Sentí la mirada de Christian sobre mí. Cuando lo miré de reojo, su mandíbula estaba tensa, sus ojos encendidos. ¿Qué fue eso? Las puertas se abrieron en Recursos Humanos, y Angie salió después de darnos un pequeño saludo con la mano. Los dos seguimos hacia el último piso en un silencio tenso. Cuando las puertas se abrieron, Christian me dejó salir primero. —Te veo en mi oficina —dijo con un tono cortante. Se alejó con paso firme, y yo tragué duro. ¿Qué demonios le pasaba? Fui a la cocina a prepararle el café, y mientras esperaba a que la cafetera terminara, el estómago se me retorció en un nudo de nervios. ¿Por qué sentía que había hecho algo mal… otra vez?
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