—¿Ya te dije que estás hermosa? —le dice el imponente hombre a su perdición.
—No, aún no me lo has dicho.
—Perdón, te ves hermosa, ¡radiante cuando sonríes!
—Gracias.
Comienzo a acariciar suavemente el gran escote de su espalda, mis manos tiemblan de los nervios que siento en este instante, ¡no sé qué me está pasando!, me acerco a más no poder a ella, nuestros cuerpos están tan juntos como es posible, mis brazos están abrazándola, su aroma tan único invade mis fosas nasales, su cabello es perfecto, ella recuesta su cabeza a mi pecho y sus manos están colgadas de mi cuello —tu piel es tan suave.
—¿Qué haces Alexander? —le cuestionó en tono serio, pero sin despegarme de él, nuestros cuerpos aún bailan, aunque nuestros sentidos están concentrados en algo más.
—Es muy difícil poder contr
